domingo, 15 de junio de 2014

Cuando la Rana René gobernó el mundo

Finalmente todas las predicciones resultaron ciertas. 
Todo aquello que se nos advirtió hasta el cansancio acerca de la existencia de una civilización reptiliana que habría invadido el planeta para dominarlo, que se alimentaría de nuestras emociones, que se reproduciría por medio de huevos bien guardados en depósitos de palacios y fortalezas, que se hibridaría con los humanos para facilitar la dominación y el exterminio de los humano, las batallas en la cancha de River y el subte B lleno de gurbios, la central de los manos en el Congreso, las nevadas radiactivas y los chips que nos convierten en robots, todo eso,  terminó siendo la más pura realidad: hoy coronan finalmente a la Rana René como emperadoratriz  de toda la redondez de la tierra. ¡Quién iba a decirlo!
Uno puede llegar a  creer que la reina de Inglaterra es una lagarta, de hecho nunca mostró otra cara que no fuera de lagarta (¿quién más podría ponerse esos sombreritos, aparte de ella y el lagarto Juancho?),  y también  que Lady Di fue asesinada en un sospechoso accidente, por haber tenido la desgracia de haber regresado antes de tiempo de una de sus misiones y haber encontrado a su inefable suegra y su repugnante esposo convertidos en cocodrilos, deglutiendo un sirviente negro ( de esos que siempre desaparecían repentinamente, supuestamente despedidos por cometer errores de protocolo), mientras su adorable hijito híbrido, actual heredero de la corona, sin poder transformarse del todo, mostrando unos ojos fríos, crueles y poco mamíferos, churrasqueaba  y reía con su padre acerca de quién sabe qué estúpidos chistes escoceses, ya que ni en su verdadera esencia reptiliana el pobre Carlos podía perder dos de sus peores defectos: emborracharse hasta caer rodando y contar chistes sin gracia.

Uno puede haber visto, sin dudar de sus propios ojos, los cambios y transformaciones extrañas que sufría la cara de Hillary Clinton durante los discursos, cómo sus párpados dobles caían para apaciguar el malestar producido por las cámaras, cómo se descamaba lentamente bajo los spots calientes en los debates y aparecía esa piel verdosa y dura, justo antes de ir a un corte imprescindible para retocar los gruesos maquillajes y disimular sus orificios auditivos. Hasta es probable que resulte fácil y placentero descubrir que la horda Bush, devenida ocupante de la Casa Blanca, nada tenga en  común con nosotros, los humanos. Y es sencillo inclinarse ante las demostraciones acerca del origen de los Rotschild y los Rockefeller, nacidos todos de huevos, con esa incapacidad para el afecto  propia de los que nunca han compartido un útero, con esa habilidad para la masacre de los que son dominados por el instinto puro de supervivencia, tan extensamente explicado, con tanto lujo de detalles por aquél otro viejo lagarto inglés, don Darwin, brillante a la hora de justificar invasiones, ocupaciones y coloniaje con teorías científicas.

Hasta resulta verosímil cierta similitud demostrada entre dos de la misma camada fallida de huevos, don Hitler y don Stalin, denunciada por el híbrido Trotsky (medio hermano de ambos por parte de huevo, pero empollado en vientre humano, según parece), el mismo León Davidovich  que nunca logró en vida ni tampoco desde su morada entre los muertos ilustres,  definirse por uno de los dos bandos que habían sido causa de su origen mixto, por lo que un tiempo trabajaba para los hombres y otro, para los verdes. En su lucha interna entre su yo y su instinto nunca pudo obtener victoria alguna del uno sobre el otro, llegándose al espantoso resultado de conseguir  un Ego desproporcionadamente aumentado con un instinto salvaje y carente de toda empatía, única característica que logró traspasar a sus sucesores, ya que su preclara inteligencia y su voluntad de hierro fueron absorbidas en ese proceso evolutivo tan desgraciado. Casi con alivio recibieron nuestros padres la noticia de su muerte, con pena, sí, pero también con alivio, pues quién sabe en que terminaría aquella loca carrera a las piñas entre sus dos seres interiores…
Finalmente, y por no seguir nombrando todos los personajes conocidos y desconocidos que se han revelado francamente reptiles o moderadamente híbridos o mentalmente adheridos a una genética del huevo que no es la propia, algunos de los cuales ni vale la pena mencionar y otros que es mejor olvidar, nunca tuvimos dudas acerca de las intenciones de la estirpe del Citizen Kane, todos esos podridos y amarillos * personajes que lentamente fueron, desde los despachos comerciales, adueñándose de los últimos bastiones humanos: los medios de comunicación de cualquier tipo. El objetivo: ponerlos al servicio de la conquista y el exterminio pergeñados siglos atrás por nuestros invasores extragalácticos. Nadie puede engañarse frente a esos personajes. A ver, muchachos, se terminó la edad de la inocencia,  no nos hagamos...
Pero,¡la Rana René! 
Resulta intolerable la espera de su coronación dentro de algunas horas. ¡Justamente la Rana René! Eso sí que deja la autoestima de cualquiera por los suelos. Es que cuando uno se pone a analizar hacia atrás las cosas, no puede decir que el engaño haya sido ingenioso, mortalmente bueno, imposible de descubrir… Rabia da, mucha rabia con uno mismo, verificar que las señales estaban todas ahí, que uno fue quien no las vio a tiempo…
Por empezar, convengamos que la Rana René siempre tuvo ínfulas de administrador general de todo lo conocido. A nadie escapa su obsesión por el control,  su neurosis respecto de la prolijidad de todos los aspectos, su manía de verificar personalmente que todos y cada uno estuvieran en su lugar, haciendo lo que era esperable, sin errores, sin alteraciones, sin descuidos. Una Rana muy lógica, muy disciplinada, militarizada podríamos decir, una Rana casi perfecta, preparada para grandes cosas, decíamos y  nos reíamos de su monomanía compulsiva.
Luego estaba aquella indefinición sexual tan propia de estos seres extragalácticos nacidos de un huevo. ¿Cómo es que no lo vimos antes? LA Rana René era EL.  Ying y yang. El y ella. Sol y luna. El dos- en- uno. Las partes reunidas en el todo. Baste recordar su repugnancia manifiesta ante los embates sexuales de Piggy, a los que ningún ser vivo hubiera podido resistirse, con su promesa tácita de lujuria y desenfreno, su descarado amor por un/una Rana, su fidelidad a lo largo de cuatro décadas o más… ¿Acaso no nos preguntamos más de una vez qué le veía Piggy a esa escuálida cosa verde con ojos que no eran ojos y una raja por boca que metía pavura ante la menor alusión del beso? ¡Si nos habremos reído como idiotas frente a los escarceos de Piggy y las renuencias de René! En honor a la verdad, hasta llegamos a pensar que en un alarde de valentía y desparpajo, el presunto autor de todo esto, había incorporado a la escena un personaje francamente homosexual…¿O no? ¿Acaso no lo pensaron? ¿Acaso no era tema de conversación en bares y capillas la falta de interés de René por Piggy,  un asco mal disimulado que solo podía provenir de otras preferencias sexuales? ¿Acaso no resultaba llamativo -al punto de escribirse ensayos sobre ello y ser tema en varios programas de debates y chimentos de la tv-, su apego por el Oso Figueredo, tan feo, tan bobo, con esa bocaza enorme de rana,  que se reía de cualquier cosa y que no tenía dos neuronas bajo su ridículo sombrerito que no se desvivieran en emitir pulsaciones de  admiración por René?
Y un buen día Figueredo desapareció. No estuvo más. Lo extrañamos un tiempo, pero después pensamos: razones de producción, personaje agotado, la verdad que es muy torpe,  no tiene gracia, bla bla bla… Siempre los mismos sabihondos creyendo poder pergeñar la realidad a nuestro antojo. Figueredo, el oso pelotudo puesto allí para confundirnos,  para que nos quedáramos como idiotas viendo un contrapunto sexual entre la voluptuosa Piggy y el peludo del sombrerito, mientras él/ella, Rana René, seguía con sus actividades clandestinas, cuidando que los huevos no tuvieran fallas demasiado groseras, eliminando de un solo abrir y cerrar de boca a sus competidores, a los díscolos, a los innecesarios. A aquellos de su raza que podían sembrar el caos y la sospecha. A los de la raza conquistada que pudieran sembrar el caos y la rebelión.
Si algo se puede decir de este gnomo verde que a partir de hoy se convertirá en nuestr/a amo y señora, es que su obsesión por la homeostasis es rayana en el delirio, si no fuera porque el delirio es bastante poco equilibrado siempre.
René y su lateralidad perfecta: un poco a la izquierda, un poco a la derecha, siempre centrándose en medio de las complejidades de la vida en la tierra, que nunca ha sido simple, nunca tan simple como en su verde planeta de batracios, reptiles y anfibios. René dando clase de alto equilibrio, de magnanimidad, de persistencia, de paciencia con los errores ajenos, siempre optimista, nunca deprimido, nunca un bajón de azúcar que lo tirara a la cama.
René y su reptiliana y fría manera de ver la vida: Dios proveerá. ¿Para qué preocuparse u ocuparse? Dios proveerá. Qué dios, nos preguntamos ahora, cuál dios. Tarde muchachos. Sea cual sea, en unas horas todos seremos esclavos de René, la Rana que no es rana, la ella que no es ella, el él que no es él, la cosa que no es cosa, el títere que maneja al titiritero…¿Cómo es que no lo vimos?

Dicen que mal de muchos, consuelo de tontos. Pues bien, tal vez haya llegado el momento de volverse tontos,  ser más tontos aún de lo que hemos sido. Siete mil millones de cerebros presuntamente evolucionados, pseudo inteligentes, jamás de los jamases nos vimos venir las señales que teníamos delante de los ojos. La Rana René gobernará el mundo y no podremos hacer nada para evitarlo. Y nosotros, los tontos cayendo en el peor de los consuelos: que el mal está repartido. Hasta nos da alegría saber que no estamos solos en la desgracia. Como si de algo pudiera servir tal cosa.

Los crocos nos ganaron la batalla, con su encéfalo primitivo y vulgar, donde no cuaja la poesía y la música es ruido. Nos ganaron la batalla cultural. ¿Cuáles serán las melodías del futuro? El sonido de las monedas cayendo y los billetes verdes (verdes como ellos), contándose en los cajeros automáticos. El murmullo del arrastrar de nuestros pies que ni cadenas necesitan para ir en fila hacia la total esclavitud. El suspiro resignado de nuestras bocas, incapaces ya de vencer la acumulación de tanta azúcar, tantos conservantes, tantos colorantes, tanta cocacola, tanto xanax y rohipnol y tanto de todo ese mágico mundo de remedios materiales y espirituales, siempre listos para combatir todo mal,  con que nos proveyeron durante más de un siglo. Eso y algunos pedos inodoros, serán las melodías del futuro.
Se sabe que a los lagartos la música no les va ni les viene, que para ellos el silencio es salud, que no les importa nada de nada de todas las vanidades humanas. La vida es simple: disfruta cada bocado, metaboliza lento, no te muevas demasiado rápido. Siempre habrá a quién predar en un mundo con tantos seres vivos. Su única preocupación futura será controlar la propia natalidad, como lo han venido haciendo hasta ahora, y poner un desenfreno en nuestra naturaleza erótica, para garantizarse presas por la eternidad de las eternidades, hasta que el próximo big Crunch o big Bang llegue, quién sabe cuando, allá en la noche de los tiempos en la que no piensan, pues no resulta rentable pensar todavía.
Mientras tanto, coronarán a la Rana René emperadoratriz  de todos los mundos conocidos. Y es muy probable que no les importe demasiado el tipo en sí. No lo hacen ni por su color, ni por su  habilidad casi humana de engañar, ni porque sea un renacuajo asqueroso, manipulable y frígido. Es muy probable que lo coronen nuestro amo sólo para molestarnos, para reírse en nuestras caras, para desestabilizar nuestro sistema inmunológico. 
¿Qué otra razón de peso podrían tener?

*(El amarillo es uno de los colores necesarios para formar el verde, suele predominar en algunos reptiles para que la vista pueda verlos en sus cambiantes tonalidades, y ya fue  denunciado como color nefasto,  hace tiempo,  por un dramaturgo argentino: Carlos Somigliana)

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(¡Ultima noticia! Como suele ocurrir en momentos de emergencia global como estos,  empiezan a filtrarse noticias clandestinas por radios y hojas y canales y redes clandestinas que transmiten clandestinamente, acerca de milicias clandestinas que se organizan en barriadas clandestinas donde nada de lo que proveyeron los reptilianos ha llegado jamás, donde poco, muy poco, de los que distribuyeron para idiotizarnos, apenas si derramó en forma de limosna, de cosa robada,  de subsidio. Villas, chabolas, pueblos perdidos en el desierto, tribus olvidadas, cavas llenas de basura y niños, favelas,  pobladores que resistieron la llegada de la soja (yuyo verde, insípido, grasiento, con granos que parecen huevitos de reptil), grupos aislados de toda tecnología, de todo conocimiento de las cosas de este mundo, artistas que se escondieron en sótanos apenas llegaron los anuncios, combatientes eternos contra la injusticia que se reunieron para renovar sus votos fraternos y sus consignas rojas,  todo ese mundo ignorado durante muchos lustros, apenas contaminado, que pareció diluirse cuando alguien dijo “la historia ya no existe”. Las reservas de la humanidad. Nuestra única esperanza. Dicen que dicen los mensajes clandestinos que nadie ha visto ni leído, pero que todos sabemos que no pueden no existir, que hay que dejar que la Rana René sea coronada. Que el Oso Figueredo no ha muerto, que no era idiota, que está liderando la masa clandestina que se organiza clandestinamente, junto a las hormigas, nuestras clandestinas aliadas en la regulación de la existencia en el planeta, junto a los pájaros, nuestros padres genéticos y salvaguarda de nuestras almas. Que se viene, pero ahora de veras,  la guerra final por el planeta, y dicen que dicen los discursos que nadie ha escuchado jamás, pero que corren de boca en boca, que esta  guerra tendrá muchas batallas, algunas sangrientas y otras mucho peores: francamente ridículas. Pero aseguran los que saben que de todas volveremos y que finalmente se oirá, el día en que alcancemos la victoria final, el ‘Himno a la Alegría’. Hay que estar atentos. Y dicen los que dicen que otros escucharon decir lo que repiten, que eso ocurrirá no se sabe cuando, pero que indefectiblemente ocurrirá, porque está escrito. Y eso es algo con lo que los lagartos nunca han podido.)

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domingo, 11 de mayo de 2014

CAMPEONES DE LA VIDA



El tipo subió al subte en Lacroze. Tenía quince minutos para llegar a Carlos Pellegrini. Y, por la hora o por el aumento del pasaje, hasta había asientos disponibles. Se sentó con una amplia sonrisa. Se disculpó (por sentarse, por el atrevimiento, por la alegría, vaya a saber)  con la señora que estaba sentada a su lado, quién dijo “no es nada” y lo relojeó con desconfianza dos o tres veces. El tipo seguía sonriendo, ¿acaso estaba pensando en robarla? Acomodó mejor la cartera contra el pecho y la abrazó, mirando hacia adelante. El tipo ni se dio cuenta, seguía sonriendo, la vista al frente, como si en las ventanillas del otro lado pasaran un película de Chaplin. Tenía ropa de Grafa, esa de los operarios, zapatos de seguridad con puntera de acero abotinados y una mochila.
Subió una señora mayor, delgadita, cargada de ropa, de bolsas, de esas que parece que van a quebrarse en cualquier momento al medio,  y el tipo le ofreció su asiento. La señora de la cartera se aflojó otra vez. El tipo se quedo parado junto a ellas, sonriendo siempre. Más allá, un muchachito de barba y remera negra lo miraba con disgusto. Debía pensar que el tipo era evangelista, por la forma estúpida de sonreír. ¿De qué podés reírte en este mundo de mierda? Todo está mal, si sonreís o sos tarado o evangelista o estás tratando de disimular alguna mala intención. Después de todo, lo normal son las caras de orto. Todos se empujan,  se sospechan, se vigilan entre sí con cara de orto. Palabras secas. Disculpas de rigor. Frases hechas, gestos vagos, miradas de resignación. Eso es lo normal. ¿Qué hace este tipo sonriendo como si nada, en el subte, un viernes a las dos de la tarde, con treinta grados de temperatura arriba en la calle y casi cuarenta acá abajo? ¿Con esta humedad de mierda y a fin de mes?

El pibe subió en la estación Carlos Gardel, la del Shopping. Traía en la mano un montón de catoncitos y una potente voz de cantor de tangos, una voz adulta de tenor, bastante inusual para esa estatura, esa complexión física mínima, esa flacuchez… ¿Cuánto tenía? ¿ocho, nueve, diez años? No medía más de uno veinte, pero  decía con claridad y fuerza cosas de adulto mientras voceaba su oferta de fixtures del Mundial “a voluntad”, sólo por hoy, fixtures del Mundial “a voluntad”, mientras iba dejando los cartoncitos de colores sobre las faldas de las mujeres, a las que piropeaba (“qué linda sos”, “qué bien le queda ese color, doña”), sobre las rodillas de los caballeros (“no te lo pierdas, campeón, acá tenés todos los partidos, aprovechá la oferta que hoy es a voluntad”).
El tipo estiró la mano sonriendo, tenía dos pesos entre los dedos. El pibe le dio un cartón: “gracias amigo, que Dios lo bendiga”. El tipo miró el cartón y lo guardó en un bolsillo de la mochila. Y siguió sonriendo. El pibe juntaba los cartoncitos, algunos se los compraban por monedas y él agradecía con su estentórea voz de gardelito posmoderno.
Se va por los vagones que siguen y cada tanto el traqueteo deja escuchar su portentoso grito. En Callao sube un chico de unos quince años, grandote, con una camiseta del Nápoli, un poco vieja, pero limpia. Las zapatillas estaban algo destrozadas, eran de marca y de cuero, pero se veía que éste era por lo menos el segundo o tercer dueño que tenían. Empezó a tirar unas pelotitas de plástico rellenas con mijo hacia el techo, donde rebotaban para que él pudiera volver a encontrarlas en sus manos un poco torpes,  intentando una suerte de malabarismos bastante tristes. Los había aprendido cuando era chiquito, cuando la crisis del país lo empujó a la calle, hace un montón ya, más de media vida, cuando ya no pudo encontrar el camino de regreso, cuando dormir en los subtes con otros pibes era más seguro, más calentito que la construcción de lonas y cartones  junto a las vías del tren donde fueron a parar su madre y sus hermanos más chicos. Al principio, podría recordar si lo deseara,  les llevaba algunas de las cosas que le daban, alguna plata, algo de comer, golosinas. Después, fue cada vez menos. Y, finalmente, un día llegó y ya no había nada, ni madre, ni hermanos, ni casillas ni carpas. Los habían desalojado y él no sabía como encontrarlos. Entre los polis, las asistentes sociales, los pibes de la mutual, los piqueteros y la gente que lo ayudaba en el subte, fue creciendo, aprendiendo a leer en la plaza donde comía al mediodía, a buscar ropa y zapatillas en las iglesias, aunque tuviera que aguantarse alguna misa, aunque le hubieran hecho tomar la comunión como seis veces, o más, no llevaba la cuenta, no era una cuenta que importara mucho pues seguiría tomando la comunión a cambio de ropa cada vez que necesitara cambiar el ajuar completo, total, mal no le iba a hacer comerse otra ostia… Aprendió a viajar en los trenes por todo el conurbano, siempre al norte y al oeste, nunca al sur: los pibes del sur eran celosos, no es fácil pasar por ahí sin comerse algún garrón… Entre días y noches y veranos e inviernos, piñas, violaciones, la yuta y los institutos, las escapadas, los refugios, los voluntarios, los platos de sopa y las polentas y alguna que otra cartera manoteada, alguna que otra bolsa de pegamento para sostenerse en noches de frío, nadie sabe cómo, él menos, llegó a tener aquel corpachón que no lo ayudaba en nada para ganarse la vida dignamente. ¿Quién iba a querer darle monedas a un adolescente con mal olor que medía casi un metro ochenta? Ya no era el simpático niñito abandonado, y más de una vez lo miraban con rencor, le decían que fuera a trabajar, que se fuera a su casa, que a esa hora tenía que estar en la escuela. Si el supiera, iría, pero ¿qué casa? ¿qué escuela? ¿dónde queda eso?. Cada día juntaba menos, cada día debía dedicar más tiempo y energía a manotear bolsos, carteras o mochilas. Y era un problema, porque a veces no había nada de valor adentro. Tarjetas, documentos, celulares, que exigían buscar reducidores, que estaban todos marcados, que te daban muy poco por esas cosas… A veces, si la cosecha era buena, billeteras finas, algunos dólares, adentro, una cámara o un celular caro, conseguía la plata suficiente como para una semana sin robar, haciendo malabares en el tren, aunque no le dieran una moneda, aunque ni siquiera les sacara un aplauso a aquellos amargos… Una vez con el producido de un bolso de una vieja que hablaba inglés o alemán o vaya a saber qué, se fue a conocer el mar con su mejor amigo. Tres días se pasaron en la playa y se compraron ropa nueva, ojotas, de todo. Pero eso fue hace mucho, como dos años o tres atrás, se subieron al tren de constitución y se fueron hasta la playa. Veía las familias de vacaciones y  se acordaba de sus hermanitos, de su mamá, de su abuela, que seguramente ya estaba muerta. Hasta conversó con una chica que le contó que iba todos los años con sus padres, que ya estaba aburrida de aquello… El y el Chilo, su amigo, se pasaban todo el día en la playa, compraban choclos, jugaban con la arena. Y a la noche dormían en los médanos, tibiecitos los médanos, ahí dormían los perros con ellos, a veces tenían miedo que los encontraran y no podían dormir, entonces les atacaba la risa y empezaban a rezarle a cristo y a la Doña Rusa, así le había puesto a la turista saqueada que tenía un montón de billetes de cien en su cartera y les había permitido aquel viaje, les rezaban a todos, hasta a los perros, para que los cuidaran, para poder dormirse en los médanos. Después la plata se empezó a acabar y comenzó a llover  y  en los médanos no se podía dormir. En la playa no conviene robar, si te agarran la pasás mal, les habían dicho otros que una noche les convidaron faso. Así que decidieron volverse en el tren y fue todo un calvario zafar de los guardas, los otros pibes que no conocían, esconder la plata.. ¡Qué aventura! Cuando fuera grande tendría algo para contarle a sus hermanos, si es que los encontraba alguna vez. Al Chilo ya no lo va a volver a ver, lo mataron hace poco, por eso él anda otra vez con hambre y mugre revoleando pelotas al techo. Es que lo mataron a patadas, en la calle, cuando manoteó un celular, desesperado por la hora, necesitado de llegar hasta Once antes de que el reducidor se fuera. No había yuta, era la escalera mecánica, el mejor lugar. Lo mataron a patadas en la vereda del Shopping. Gente que salía con sus bolsas y sus novias, con sus hijos y sus cajitas felices. Lo mataron a patadas, lo dejaron allí tirado y se fueron a sus casas, como si nada, felicitándose entre sí con la mirada, sintiéndose campeones de la vida...
 Menos mal que el Chilo pudo conocer el mar antes de morirse, al menos no paso por la vida al pedo. Pero él se quedó solo, lo extraña mucho, más que a nadie, se había acostumbrado a no andar por la vida como unn paria, ahora no tiene con quién hablar, con quién reírse. La vida es una porquería sin amigos.  Ahora saluda, pide un aplauso, una mujer aplaude tres veces. Tendrá que hacer el recorrido para ver si hay alguna moneda esperando, pero está todo muy tranquilo en los asientos, nadie revuelve bolsillos, nadie abre la cartera. Fin de mes es un castigo para todos, piensa, qué porquería que exista fin de mes. Ahí viene por el pasillo un tipo que le sonríe. ¿Será voluntario, asistente social o cana? Le da un billete de cinco. El pibe de los fixtures ya está de vuelta en el vagón, parado atrás del tipo, se asoma y lo relojea de arriba abajo,  le espeta “¿sabés leer vo?”. El le quiere dar una patada a ese pendejo de mierda, pero está el tipo que sonríe entremedio. Le contesta lo mejor que puede: “má vale puto, que te crees’”. El tipo que sonreía, ahora se ríe, el pibe también y le da un fixture del mundial. Gratis. “Tomá, así sabé cuando juega Argentina. Te lo regalo.” Y se va.  
Tiene cinco pesos y un fixture del mundial. Por ahí puede cambiarlos por un sánguche, por ahí puede pasar el día sin tener que robar nada, por ahí puede ir a esperar detrás de la cocina de la pizzería y guardarse ese billete para mañana. Por ahí, puede irse hasta la Boca y dormir en la casa tomada. Allí nadie le hace preguntas, nadie le pide nada y a veces le convidan un plato de guiso. Veremos.
El tipo que sonríe se baja en la estación  Pellegrini, la de los trasbordos, donde bajan casi todos. Se tienta, es un buen lugar para el arrebato, es fácil escaparse, muchas escaleras, muchos pasillos, muchos trenes para rajarse… Pero no, la gente está con cara de culo, está enojada, tiene calor, es viernes, es fin de mes.. Y él  no quiere terminar como el Chilo. El ya aprendió que el riesgo es grande y es por nada, o casi nada. Y no quiere ir a buscar reducidores, los viernes se complica, a veces anda la yuta dando vueltas. 
Se sienta, está cansado, tiene calor, tiene sed. En Alem se va a bajar, se va a comprar algo en los kioskos de las paradas de los bondis y se va a ir a la Boca a pasar el fin de semana entre conocidos. Tal vez sea hora de tomarse unos días y ponerse a pensar de qué vivir en el futuro; ya está grande para acrobacias. Tal vez tenga que aceptar lo que siempre le dice el tipo de Once: “vos con ese físico ya tendrías que salir de caño, guachin, si yo tuviera tu físico, sabés como salgo a apretar”. Al menos, de caño, no lo van a moler a patadas en la calle. Al menos de caño, alguno se llevaría con él, si es yuta mejor. Va a tener que pensarlo cuando lo pueda pensar, si es que puede, porque hace un tiempo que se dio cuenta que la realidad es, la mayor parte del tiempo,  una cosa pastosa, gris e informe, acalorada, aunque haga frío, aunque haya sol, él no puede salir de la neblina. Sólo de a ratos, muy de a ratos, logra ver el día como debe ser que es. No sabe. No puede detenerse en eso porque no sabe cuando es y cuando parece que es. Las cosas se pusieron muy confusas desde que no está el Chilo para preguntarle. 
El pibe de los fixtures viene y se le sienta al lado casi llegando a Florida;  le da medio turrón que alguien le regaló. Lo está mirando comer y le dice, con su voz clara, pero bajito: “no queré laburar conmigo grandote? Yo necesito alguien que me cuide y vo tené que dejar la pelotita porque te va a cagar de hambre, amigo, con eso. Yo consigo para vender, vo me cuidá y vamo y vamo, qué decí?”
El lo mira, no sabe bien que decir, pero el tren ya arrancó, le queda una sola estación, no puede estarse así, en su neblina para siempre, algo tiene que decir: “¿cómo te llamá?”
“Decime Lucho si queré, así me conocen, Lucho, el de Chacarita. Y? Qué decí? Te prendé?”

No sabe. No es que no quiera o esté pensando en sus posibilidades, ni barajando conveniencias, no sabe. Se acuerda del Chilo: ¿qué hubiera hecho si el muerto a patadas fuera él? Y junto con el Chilo, se acuerda de la doña rusa y de dios y de su mamá y otra vez del Chilo y decide que el Chilo hubiera llorado un tiempo, pero a la larga se hubiera buscado un compañero. Finalmente él sonríe, casi llegando a Alem, donde ya no se bajará. No irá a la Boca, no hoy, por lo menos.  Tiene un trabajo, un trabajo que le va a su cuerpo demasiado grande para despertar pena en los subtes,  y tiene una vida y ambas cosas parecen nuevas sin estrenar, aunque sean de segunda o tercera mano, no importa,  él ya está acostumbrado a tomar por nuevo lo que no es. Intenta abrazar al pibe de los fixtures, que se ladea un poco (no le gusta su olor adolescente, no le gustan mucho los contactos físicos con pibes más grandes); él dice “ta bien, pero no me va a queré cagar porque te reviento pendejo…¿tené ande dormir vo?”  “Posta, boludo, que no via tené…”. Y se ríen los dos. El pacto está sellado. Se sienten campeones de la vida, aunque ni siquiera lo saben; no tienen palabras para saberlo.