miércoles, 12 de agosto de 2015

Por suerte ya se fueron



Todos ellos.
Encontraron agua en Plutón, y se fueron.
Creo que fue en tiempos de mi abuela que mandaron una sonda para ver cómo era la cosa. 
Desde entonces no han parado de  irse.
Lo primero que llevaron, cuando yo ni había nacido,  fueron  los generadores de atmósfera. Convierten el hielo en agua, lo enriquecen con otras sustancias y hacen aire. Dicen que no es tan respirable como el de la Tierra, pero en menos de treinta años pudieron armar una atmósfera que en la Tierra tardó millones en formarse. Parece que los rayos del sol ahora llegan reflectados por unos espejos que hay en el espacio y entran por entre las capas de aire de manera que resulta posible vivir en las colonias. 
Mucho no nos explicaron. Ahora ya no hace falta. Las descripciones acerca de las maravillas de la ciencia   más allá de toda frontera, llegaron hasta la época en que mi padre era un joven soñador; un poco más tal vez, cuando yo era niño.
 Él recordaba, antes de morir tuberculoso, que Ellos hablaban sobre la necesidad de contar con otro planeta listo para trasladarse,  por si éste colapsaba. Decían siempre que el sol podía lanzarnos rayos superpoderosos, que un meteorito podía dar vuelta el eje de rotación del planeta, que la contaminación iba a acabar con el agua, el aire y la tierra. 
Pero cuando yo era niño ya no era necesario que explicaran nada. Todos sabíamos que era imposible mover diez mil millones de habitantes a otro planeta. ¿Cómo? ¿Con qué? Empezó la resistencia y Ellos contragolpearon con una feroz represión. nos volvimos esclavos de sus necesidades de recursos. Todo estaba claro. Y aunque les dimos pelea, estaba claro que sólo se irían Ellos. Era cuestión de resistir y esperar.  Después de todo, si vamos a morir, da lo mismo que estén acá o no.
 Y si vamos a vivir, sin Ellos tenemos mayores posibilidades.

Cien años y un poco más les llevó organizar su traslado. Hay que reconocer que son empeñosos cuando se lo proponen. 
Dejaron devastada todo lo que estuvo a su alcance, que fue TODO: tierras, aire, océanos, no quedó un rincón sin pagar su tributo al sqqueo de recursos. Tenían que pagar la ‘carrera hacia los cielos’, que ya no era un match entre potencias políticas rivales, como antaño. No, esta vez era  una carrera contra las potenciales catástrofes cósmicas que Ellos preveían mientras las generaban.
Por suerte, desde que encontraron agua en Plutón, no pararon de lanzar naves con aparatos y gentes. Parece lógico: cada una tarda nueve años en llegar, no podían perder tiempo. 
Deben haber lanzado miles. Ninguna regresa. Ni falta que hace. No hay nada para traer de allá, todo está aquí para ser llevado. Todo, menos nosotros, los esclavos, las muchedumbres silenciosas, los que pagamos sus viajes, los que trabajamos para que pudieran pagarse los pasajes a la eternidad. Mierda que nos han explotado como nunca antes!
 Muchos de nosotros, un par de miles de millones tal vez,  cayeron en medio de esa locura por completar los preparativos de su partida definitiva en menos de un siglo. Pero aún así, seguíamos siendo suficientes para seguir trabajando. Demasiados para irnos a otra parte. Demasiados para que ellos resolvieran abandonar el proyecto y quedarse.  
Muchos quisieron colarse con ellos. Intentaron subirse a sus vehículos gigantes y armaron motines y revueltas. Pero sus policías robóticos estaban programados para asesinar a sangre fría a todo el que pasara los sucesivos vallados levantados alrededor de cada nave. Todavía hoy, casi cien días después de la partida de la última nave, estamos enterrando y quemando muertos. Por lo que sabemos, lo mismo ocurre en todas las naciones. 
Ese fue su último regalito antes de partir. Eso y  liberar el virus de la gripe española.
Aún así perdieron, según supimos por la internet, una nave-almacén, otra de defensa y una de traslado de especies. Esta última es la que me apena,  allí iban animales que están al borde de la extinción acá en la Tierra. Mala suerte. Ellos decían 'efectos colaterales', 'consecuencias no deseadas'. 
Nosotros decimos 'mala suerte'.

Hay gente que se queda porque no la llevan, porque no se puede ir. Son unos cuantos. Pero otros nos quedamos porque tenemos esperanza. Que sin Ellos las cosas van a ser mejores. Que vamos a poder comenzar de nuevo. 
Claro que han dejado sus huevos de serpiente. 
Eso lo sabemos. 
Todos esos zánganos que trabajaban para Ellos, matando y destruyendo a cambio de una vida cómoda, inferior a la de sus amos pero muy superior a la  del resto de los mortales. 
Gente que tenía sirvientes y va a pretender seguir siendo servida. 
Gente que derrochaba la energía y va a querer seguir haciéndolo. 
Gente que gastaba en lavar su auto lo que alcanzaba para dar de beber a un país entero durante un día.
Ahora es cuestión nuestra sacarnos de encima esos parásitos. Hasta aquí, nos hicieron creer que los necesitábamos. Ahora. las cosas están claras:  estamos condenados. 
No tenemos nada que perder. 
Tal vez un meteorito nos reviente las costuras y nos haga saltar por los aires como chispas. 
Tal vez la gripe, la tuberculosis, el ébola, dejen la cuarta parte de nosotros en pie. 
Tal vez sea necesario eliminar a todos los parásitos que no quieren dejar de vivir cómodamente a costa del trabajo ajeno.
Cualquiera de esas cosas ya ha sido profetizada por Ellos, los que se fueron, los diez mil, como hemos dado en llamarlos, aunque sabemos que no son diez mil, tal vez sean algunos más. 
Dejaron varios millones deseando ocupar su lugar:  a cien días de la partida,  todavía se matan entre ellos reclamando sucesiones inexistentes, puestos que no obtendrán, cargos sin sentido. Usan como ejércitos propios a los comandos de esbirros que quedaron a la buena de dios, que no pueden vivir sin un patrón que los mande a matar o a morir.
Hemos dado en llamar a esta etapa la de  la primera selección natural.
Sabemos que vendrá otra, mucho más aleatoria, en la que caerán muchos justos. La selección la harán los virus y las bacterias. Tal vez yo mismo caiga en ella y por eso me apuro a escribir esto.
Después, una vez  incinerados todos los muertos, los que queden podrán volver a empezar.
Sin ricachones que mantener.
Sin gerentes que obedecer.
Sin policías que soportar.
Los sobrevivientes abandonados a su suerte, los que quedarán después de todas las calamidades.
Viviendo. 
Nada más que viviendo. 
Limpiando y reconstruyendo lo que dejaron hecho un estropicio en su apuro por partir.
Viviendo como si la tierra fuera el paraíso. O algo así, tampoco hay que idealizar las cosas.
Lo importante es que haya un nuevo comienzo.
Qué bueno que hayan encontrado agua en Plutón hace más de cien años.

Tal vez debiéramos convertir a Plutón en deidad.
Si no fuera por Plutón, todavía estaríamos soportándolos.