lunes, 23 de marzo de 2020

24 de marzo de 1976: “Total normalidad”



Sabés?
Yo tenía quince años, como vos.
Sólo que entonces las cosas eran diferentes.
Había servicio militar obligatorio.
Y el ejército entraba en tu casa pateando todo.
Esos soldaditos ni te miraban, algunos después fueron mis amigos.
Se emborrachaban y lloraban.
Pedían perdón por lo que no habían hecho
Por lo que sí habían hecho
Por haber estado allí.
A Miguelito que era conscripto ese año,
Lo mataron en el cuartel a trompadas.
Le dijeron al padre que fue un caballo y que no abriera el ataúd.
Un caballo! Miguelito era el rey de los caballos, jamás se le resistía uno.
El padre era el polaco Juan, el fotógrafo del pueblo.
Comunista él. Vino después de la guerra.
Contaba en media lengua cómo escaparon de los nazis por el bosque,
Comiendo pan de afrecho y aserrín.
Mejor ni te digo lo que contaba de la hora de sacarlo del cuerpo,
Es asqueroso. No merecía enterrar así a su hijo más pequeño.
Yo tenía quince años y una vida por delante, como vos.
Creía en muchas cosas: en la patria liberada, en el socialismo que ya estaba llegando.
Me veía en el futuro, sabés? Mirá qué idiota.
Vestida de mameluco azul, pañuelo rojo,
Enseñando a leer  en los montes, en  las sierras, donde hiciera falta.
Soñaba esas cosas y no faltaba a clases, era mi deber tener las mejores notas.
Ir al secundario era un privilegio, ni te digo al industrial.
Yo tenía quince años y usaba ropa de fábrica para el taller
Y reventaba de orgullo por eso, aunque no tuviera otra para ir a bailar.
Así éramos.
El 24 de marzo de mis quince años recién cumplidos lo recuerdo:
Hacía seis días que se habían llevado a mi padre en un camión.
A mi madre, con cáncer, la dejaron por pedido de sus compañeras de trabajo,
Que se atrevieron a acercarse todavía al oficial al mando.
Fue casi un milagro, a nadie más bajaron que a ella.
Seis días y no podíamos acabar de arreglar el destrozo en la casa
Ni saber dónde estaba el detenido. Pasaron muchos meses más antes de saberlo.
Las puertas de la casa nunca más volvieron a quedar sin llave.
 Nunca más supimos lo que era la seguridad.
Sería porque no comprábamos Clarín,
Nunca nos enteramos  de la “Total normalidad” que anunciaba.
Mi madre me mandó lejos, con mi tía, al mar. Que se me ventilaran esos sueños, dijo,
Ya tenía bastantes problemas.
Y otras cosas que mejor no recordar.
Tenía quince años como vos, sabés?
Cuando regresé unos meses después, mi padre había aparecido.
Gracias a las tres mil firmas que juntaros los amigos pasó a una cárcel común.
Le habían hecho un juicio y tuvo un sargento de abogado.
(Un sargento que sólo había hecho la primaria, pero órdenes son órdenes…)
Lo acusaron por algunos artículos del diario y unas cartas dirigidas a otros que, dicen,
Aparecieron entre mis libros. Ponele. Yo tenía quince años… ¿entendés?
Podía ser cierta cualquier cosa.
Te digo: ir a visitar presos no es nada lindo.
Muchas horas de viaje en tren y en colectivo, mucho gasto,
Mucho tiempo parado al sol en verano, a la sombra en invierno
(No se van a perder de hacerlo difícil si se puede),
Mucho manoseo de guardias,
Para decirte después “hoy está castigado, volvé la semana que viene”.
Yo tenía quince años como vos.
Y no era la única, éramos miles.
Peor estaban las de la plaza: ellas ni siquiera tenían una cárcel donde ir.
Mi amigo Esteban, que era más grande, pero se sentaba en el cordón de la vereda  conmigo
A soñar sobre el mundo que vendría, no regresó más.
Nunca más.
Y la hermana de Alicia tampoco. La madre se cansó de ir a una comisaría
Donde le decían que ya le avisarían si la encontraban.
Estaba en un calabozo, allí mismo,
todas las veces  que su mamá fue a preguntar por ella.
A mi amigo Gustavo, que no andaba en nada, pero era rebeldón,  
Lo denunció su mamá: Le pidió al Comisario que lo hablaran para que se pusiera obediente.
Se lo devolvieron vivo, pero con la cara llena de quemaduras y varios huesos rotos.
Tenía quince como yo. Como vos ahora. No sé qué fue de él.
¿De qué estábamos hablando?
Ah, sí, me preguntaste del tatuaje. Ya no se ve casi. No es coquetería,  sabés?
A mí no me gustan los tatuajes.
Tenía quince años como vos y me lo hizo mi amiga Sonia con tres agujitas y tinta china.
Era por si desaparecía alguna noche.
Así podían reconocerme entre los cuerpos que tiraban en las cunetas,
En las playas, en los campos.
(Después empezaron a tirarlos en el río, para que fuera más difícil encontrarlos.)
Tenía quince años como vos. Y nunca me gustaron los tatuajes, pero pensaba,
Mirá qué idiota era uno a los quince años,
Que al menos así, me encontrarían rápido y le evitaría a mi madre las rondas en la plaza.
Yo no quería darle más disgustos, tenía cáncer y mi padre preso.
Y mis hermanos, muy chicos.
Y la plata no alcanzaba para nada.
Y a la gente se la seguían llevando de noche. A veces de día.
Yo vi balear a un hombre en la Avenida más ancha del Mundo, te lo juro.
No puedo dejar de verlo cuarenta años después.
Así herido lo subieron a un auto. Los demás, cuerpo a tierra en la vereda,
Sólo mirábamos.
Yo tenía quince años, como vos.
 Ya me habían violado y empezaba a ser alcohólica.
Pero eso, por suerte duró menos que el gobierno de la “total normalidad”.
Y por entonces, no parecía importarle a nadie, campeaba la crueldad por todas partes,
No había héroes ni víctimas, y nadie era inocente, decían las paredes.
Si lo pienso mejor, yo nunca tuve quince años como vos.
 Nunca tuve quince años. 


miércoles, 18 de marzo de 2020

IF


Cuando era adolescente, se vendían unos tarjetones con fotos y frases o poemas para pegar en la pared o usar como separadores de carpeta. Me quedó grabado el IF de Rudyard Kipling que algunos se sabían de memoria.  Siempre me pareció raro...



Si tu padre no se hubiera obsesionado con la invasión extraterrestre, no seríamos pobres, dice mi madre.

Si llegás en el primer turno de comedor y esperás que abran la puerta, a lo mejor te sirven dos platos, dice mi amigo Quito.

Si comés bien y te lavás las manos, no te enfermás, dice la maestra.

Si no te callás la boca y no te terminás la comida rápido, te saco del comedor, dice la portera que es una yegua y me odia.

Si venís todos los días a la escuela, los viernes comés postre. Si no, no, dice la directora.

Si me ayudás a levantar las mesas, te doy lo que sobra dice la cocinera gorda.

Si no te dejás de andar husmeando alrededor, voy a pensar que vos sos el que roba, dice la ayudante de la cocinera que es flaca y amargada porque la dejó el marido el mes pasado.

Si querés hacer las cosas bien, tenés que esperar un fin de semana largo, como el de la navidad, que hay muchos cuetes y están todos en pedo, dice Anibal,  el “Chancho”,  que ya robó siete veces el depósito de comida de la escuela y nunca lo pudieron pescar con las manos en la masa. O mejor dicho en las latas,  que es lo que se lleva.

Si vas los miércoles a la escuela en lugar de ir a revolver la basura, te dan unas cosas cuadraditas, con tomates, que tienen un relleno verde que parece pasto, pero más rico, dice mi hermanita más chica que va todos los días, haya la comida que haya.

Si vas a ir a clase solamente cuando hay milanesas, vas a ser un burro, dice mi abuelo y me pega un sopapo detrás de la oreja.

Si la comida es cuadrada, no es de humanos, es de extraterrestres y les prohíbo que se la coman, dice mi papá amenazante, pero nadie le hace caso. Salvo yo, pero es porque ni loco como cosas cuadradas con pasto adentro, por más que le pongan salsa de tomate. No. Voy los viernes que hay milanesas, aunque me dejen sin postre. Y los lunes que hay guiso de lentejas. No me gusta mucho, pero los lunes estoy cagado de hambre.

Si este no se pone a trabajar aunque sea con un extraterrestre, yo agarro todas mis cosas y me voy,  dice mi madre que está harta de fregar casas ajenas para que mi papá se gaste toda la plata inventando aparatos de detectar extraterrestres en el barrio.

Si yo puedo probar que son extraterrestres los que se andan comiendo todo bicho que camina, me lo van a tener que agradecer y así vamos a tener otra vez la casa, me van a dar trabajo y vamos a tener para comer todos los días, dice mi padre con mucha paciencia cuando mi madre se enoja y amenaza con irse. (Se confunde porque acá la gente siempre tiene hambre y se come todo lo que encuentra como los extraterrestres).

Si no te dejas de joder con esos aparatos y cuidás un poco de tu familia, te denuncio al servicio social, dice Doña Marta, la vecina de enfrente, para mostrar que tiene relaciones con la gente del gobierno y de la policía.

Si podés, ya que estás, me conseguís un subsidio, le responde desde el patio mi hermana mayor a la vecina, a ver si podemos cambiar las chapas del techo, que están todas podridas. Eso no estaría mal, así cuando llueve no tenemos que dormir sentados arriba de la mesa con la ropa puesta. Mi hermana tiene dos nenes que van al Jardín de Infantes y comen como extraterrestres. Pero mi papá no los jode porque son sus nietos.

Si uno empieza el año comiendo bien, no le falta comida hasta que se termina, dice mi abuela mientras revuelve el mate cocido sobre el fueguito.

Si vos no te levantaras tan temprano, a mi me dejarían dormir un poco más, dice mi hermana menor, que está enfurruñada y con sueño.

Hoy es 31 de diciembre y quiero ir a la escuela bien temprano. No hay clases, pero hay comedor. Y si ayudo a la cocinera, me da todas las sobras, que hoy van a ser muchas y muy ricas. Así esta noche tenemos bastante para comer a la hora en que arranca el año nuevo.



Y los extraterrestres, que se jodan.

Que se coman las ratas, los gatos, los perros, y si es posible a mi papá con todos sus aparatos de mierda, así somos menos en la casilla y hay más lugar para dormir de noche. 



(Pertenece al libro "Ocho cuentos derrotados",  fue escrito en diciembre de 2001)