Sabés?
Yo tenía
quince años, como vos.
Sólo que
entonces las cosas eran diferentes.
Había
servicio militar obligatorio.
Y el
ejército entraba en tu casa pateando todo.
Esos
soldaditos ni te miraban, algunos después fueron mis amigos.
Se
emborrachaban y lloraban.
Pedían
perdón por lo que no habían hecho
Por lo que
sí habían hecho
Por haber
estado allí.
A Miguelito
que era conscripto ese año,
Lo mataron
en el cuartel a trompadas.
Le dijeron
al padre que fue un caballo y que no abriera el ataúd.
Un caballo!
Miguelito era el rey de los caballos, jamás se le resistía uno.
El padre era
el polaco Juan, el fotógrafo del pueblo.
Comunista
él. Vino después de la guerra.
Contaba en
media lengua cómo escaparon de los nazis por el bosque,
Comiendo pan
de afrecho y aserrín.
Mejor ni te
digo lo que contaba de la hora de sacarlo del cuerpo,
Es
asqueroso. No merecía enterrar así a su hijo más pequeño.
Yo tenía
quince años y una vida por delante, como vos.
Creía en
muchas cosas: en la patria liberada, en el socialismo que ya estaba llegando.
Me veía en
el futuro, sabés? Mirá qué idiota.
Vestida de
mameluco azul, pañuelo rojo,
Enseñando a
leer en los montes, en las sierras, donde hiciera falta.
Soñaba esas
cosas y no faltaba a clases, era mi deber tener las mejores notas.
Ir al
secundario era un privilegio, ni te digo al industrial.
Yo tenía
quince años y usaba ropa de fábrica para el taller
Y reventaba
de orgullo por eso, aunque no tuviera otra para ir a bailar.
Así éramos.
El 24 de
marzo de mis quince años recién cumplidos lo recuerdo:
Hacía seis
días que se habían llevado a mi padre en un camión.
A mi madre,
con cáncer, la dejaron por pedido de sus compañeras de trabajo,
Que se
atrevieron a acercarse todavía al oficial al mando.
Fue casi un
milagro, a nadie más bajaron que a ella.
Seis días y
no podíamos acabar de arreglar el destrozo en la casa
Ni saber
dónde estaba el detenido. Pasaron muchos meses más antes de saberlo.
Las puertas de
la casa nunca más volvieron a quedar sin llave.
Nunca más supimos lo que era la seguridad.
Sería porque
no comprábamos Clarín,
Nunca nos
enteramos de la “Total normalidad” que
anunciaba.
Mi madre me
mandó lejos, con mi tía, al mar. Que se me ventilaran esos sueños, dijo,
Ya tenía
bastantes problemas.
Y otras
cosas que mejor no recordar.
Tenía quince
años como vos, sabés?
Cuando
regresé unos meses después, mi padre había aparecido.
Gracias a
las tres mil firmas que juntaros los amigos pasó a una cárcel común.
Le habían
hecho un juicio y tuvo un sargento de abogado.
(Un sargento
que sólo había hecho la primaria, pero órdenes son órdenes…)
Lo acusaron
por algunos artículos del diario y unas cartas dirigidas a otros que, dicen,
Aparecieron entre mis libros. Ponele. Yo tenía quince años… ¿entendés?
Podía ser cierta cualquier cosa.
Te digo: ir
a visitar presos no es nada lindo.
Muchas horas
de viaje en tren y en colectivo, mucho gasto,
Mucho tiempo
parado al sol en verano, a la sombra en invierno
(No se van a
perder de hacerlo difícil si se puede),
Mucho
manoseo de guardias,
Para decirte
después “hoy está castigado, volvé la semana que viene”.
Yo tenía
quince años como vos.
Y no era la
única, éramos miles.
Peor estaban
las de la plaza: ellas ni siquiera tenían una cárcel donde ir.
Mi amigo Esteban,
que era más grande, pero se sentaba en el cordón de la vereda conmigo
A soñar
sobre el mundo que vendría, no regresó más.
Nunca más.
Y la hermana
de Alicia tampoco. La madre se cansó de ir a una comisaría
Donde le
decían que ya le avisarían si la encontraban.
Estaba en un
calabozo, allí mismo,
todas las veces que su mamá fue a preguntar por ella.
A mi amigo
Gustavo, que no andaba en nada, pero era rebeldón,
Lo denunció su
mamá: Le pidió al Comisario que lo hablaran para que se pusiera obediente.
Se lo
devolvieron vivo, pero con la cara llena de quemaduras y varios huesos rotos.
Tenía quince
como yo. Como vos ahora. No sé qué fue de él.
¿De qué
estábamos hablando?
Ah, sí, me
preguntaste del tatuaje. Ya no se ve casi. No es coquetería, sabés?
A mí no me
gustan los tatuajes.
Tenía quince
años como vos y me lo hizo mi amiga Sonia con tres agujitas y tinta china.
Era por si
desaparecía alguna noche.
Así podían
reconocerme entre los cuerpos que tiraban en las cunetas,
En las
playas, en los campos.
(Después
empezaron a tirarlos en el río, para que fuera más difícil encontrarlos.)
Tenía quince
años como vos. Y nunca me gustaron los tatuajes, pero pensaba,
Mirá qué
idiota era uno a los quince años,
Que al menos
así, me encontrarían rápido y le evitaría a mi madre las rondas en la plaza.
Yo no quería
darle más disgustos, tenía cáncer y mi padre preso.
Y mis
hermanos, muy chicos.
Y la plata
no alcanzaba para nada.
Y a la gente
se la seguían llevando de noche. A veces de día.
Yo vi balear
a un hombre en la Avenida más ancha del Mundo, te lo juro.
No puedo
dejar de verlo cuarenta años después.
Así herido
lo subieron a un auto. Los demás, cuerpo a tierra en la vereda,
Sólo
mirábamos.
Yo tenía
quince años, como vos.
Ya me habían violado y empezaba a ser
alcohólica.
Pero eso,
por suerte duró menos que el gobierno de la “total normalidad”.
Y por
entonces, no parecía importarle a nadie, campeaba la crueldad por todas partes,
No había
héroes ni víctimas, y nadie era inocente, decían las paredes.
Si lo pienso
mejor, yo nunca tuve quince años como vos.
Nunca tuve
quince años.
