jueves, 2 de diciembre de 2010

La rubia tarada

La Rubia Tarada no medía más de un metro y medio, y eso contando sus sandalias con diez o doce centímetros de plataformas revestidas en corcho. Tenía el pelo teñido de rubio y extensiones más rubias aún. En el pantalón blanco se podía leer, bordado sobre abundantes y carnosas nalgas, un ofrecimiento desinteresado: "Con todo mi amor".
La Rubia Tarada se paseaba nerviosamente entre el poste indicador de la parada de la línea 24 y la mitad de la calle, mostrando sus uñas fucsia fosforescente en pies y manos y su fogosos nervios, alterados por la espera de casi un minuto. Ella era, si vamos a seguir un orden en las cosas, la primera de la fila que esperaba el veinticuatro. Seguía una muchacha regordeta, detrás una señora mayor acalorada, una morocha de tacos aguja, un joven medio dormido y un señor cincuentón con portafolios.
Por suerte, la parada está sobre una plaza, con garita techada, espacio para esperar entre los árboles, viendo niños jugar y, aquella mañana, un tambor murguero practicando sus ritmos. Todo podía hacer la espera bastante agradable, poniendo un poco de voluntad.
Pasados dos minutos, la Rubia Tarada, sin detener su nervioso deambular, comenzó a mirar a las personas de la fila y hacer caras extrañas, intentando comunicarse con alguno de ellos.
Todos parecían ausentes: a las ocho y media de la mañana de un lunes, es posible creerse parte del mundo, pero cada cual sigue aún navegando sus sueños. Menos la Rubia Tarada que dijo "Qué barbaridad!"
En eso, se puede ver aparecer una unidad de la gloriosa línea veinticuatro, que atraviesa la ciudad de punta a punta, y la Rubia Tarada se paró en medio de la calle con su brazo en alto, inútilmente en alto, pues aquél veinticuatro estaba completísimo y no se tomó el trabajo de parar ni siquiera para pedir disculpas.
Bastante habitual para la hora que los colectivos pasen llenos y no se detengan. Uno suele jugar en algunos días a "el tercero es el vencido" y espera. O se va camino al subte o la parada de otra línea más aliviada. Así lo hizo la muchacha de altos tacos-aguja y escueto vestido negro, que chasqueó los labios y rumbeó para el lado de Corrientes, en busca de vaya a saber qué milagro del transporte público.
La Rubia Tarada parecía de hielo, pero había bajado el brazo y se hamacaba nerviosamente sobre sus plataformas.
En eso, nuevas esperanzas en el horizonte de la cuadra: aparece otro veinticuatro. De lejos ya podía verse que no iba a parar, por lo que la Rubia Tarada no levantó el brazo y tuvieron que hacerlo otros en la fila. Igual no se detuvo. Entonces la Rubia Tarada, triunfal, volvió a la vereda, miró a todos, uno por uno a la cara y buscó alianzas para sus "qué barbaridad", "qué desastre", qué país de mierda".
A esas alturas, con dos chances perdidas, la paciencia se acortaba en la cola de la espera. La señora con calores la miró, se dio vuelta y vio a varios meneando la cabeza.
Y apostó a sacarse los calores de encima de una sola vez: "Mirá querida, si te parece que este es un país de mierda porque pasan dos colectivos llenos, lo mejor sería que que te vayas para Miami o España y hagas tu vida en otra parte, a ver si te va mejor". La Rubia Tarada empezó a abrir la boca, buscando solidaridades, pero todos se entretenían mirando el piso, el cielo o la nada misma. Tal vez quería decir algo, pero no pudo pues la señora mayor era más rápida a la hora de articular sonidos y dijo "no nos hace ninguna falta en este país una persona que no puede esperar un colectivo sin alterarse".
Es probable que más de uno estuviera en desacuerdo con aquella sentencia, pero nadie tuvo interés ni deseo de apoyar a la Rubia Tarada. Por lo cual, ésta cerró su boca, miró otra vez a todos los de la fila para constatar su soledad y volvió al medio de la calle revolviendo su enorme cartera dorada.
Cuando hubo sacado un enooorme celular de esos que se manejan pasando un minúsculo dedito por una enooorme pantalla, se acomodó los anteojos negros sobre la frente, cuidando de no despeinarse y buscó con su uñita fosforescente algo en el aparatito. Entonces, se puso el teléfono en la oreja y habló. Dijo hola y dijo te pido disculpas y dijo que llegaba tarde porque en este país de mierda no se puede confiar ni en el transporte y dijo no sabés, la gente está como loca, quieren prender fuego todo, y dijo supongo que en una hora llego y no se sabe qué más dijo porque en eso apareció el tercer veinticuatro, que paró frente al poste (por lo que la Rubia Tarada debió correrse para evitar ser aplastada contra el pavimento), y abrió su puerta invitando a subir.
Entonces, en la fila, todos esperaron respetuosamente que la primera, nuestra adorable Rubia Tarada, subiera. Pero ella, sin dejar de hablar por teléfono, se dirigió al poste con el cartel indicador, se apoyó en él y siguió hablando. La chica regordeta dio paso a la señora acalorada, el muchacho medio dormido le dio paso a la chica regordeta y al hombre de portafolios y subió último. El chofer gritó "listo?" y cerró la puerta. Y arrancó.
Y la Rubia Tarada se quedó apoyada allí, hablando por teléfono y esperando su propio colectivo, el adecuado a su histérico modelo de país que, por el momento, la tiene paralizada y quejosa junto a un poste.

No hay comentarios:

Publicar un comentario