miércoles, 6 de marzo de 2013

Las mujeres en la guerra

http://www.publico.es/451629/mujeres-en-guerra-resistencia-roja-y-liberada


Con la cabeza 'pelada'

La explicación histórica de Pura Sánchez encuentra su reflejo en la realidad en la vida de Juliana Cortés, una mujer de Escañuela (Jaén) a la que pelaron dos veces, una al terminar la guerra y otra un poco después, cuando ya le había crecido el pelo y fue un día a por agua, con tan mala suerte que se encontró a “una mujer de derechas, que avisó de nuevo a los falangistas” de que Juliana se había dejado ver por el pueblo.

“A mi madre y a nueve mujeres más las "pelaron"; a mi madre no la pasearon, pero a las otras sí, con tambores por la calle, a finales de abril del 39. Se echaron a la calle los falangistas, que eran del pueblo. Las "pelaron" en la cárcel y en la casa de Falange y les dieron aceite de ricino. La gente, los de derechas, iban a mirar, los niños y los mayorcitos iban detrás. Las mujeres de nuestra clase no iban a ver,  pero las otras sí”, recuerda hoy María González, hija de Juliana.
“Con nosotros, el régimen se encabronó sobremanera”, resume María
La vida de María, no obstante, no fue más fácil que la de su madre. Cuando estalló la guerra civil esta mujer tenía 17 años recién cumplidos. Conoció a su marido, y padre de sus ocho hijos, Joaquín Pérez Sicilia, durante la Guerra Civil , en la cárcel de Jaén, donde compartía celda con uno de sus hermanos. Su padre había muerto poco antes del inicio del conflicto, uno de sus hermanos fue fusilado en noviembre del 39 y el otro huyó a la sierra para no correr la misma suerte que su familiar. “Con nosotros, el régimen se encabronó sobremanera”, resume María, quien en los años de la Guerra tuvo que trabajar para poder llevar alimentos a su hermano encarcelado.
Tras “picar mucha piedra”, como ella misma señala, María y su marido deciden emigrar a Madrid, en 1947, para intentar mejorar su vida y la de los suyos. No había sabido nada de su hermano huido. Sin embargo, al poco de llegar a la capital un guardia civil de Escañuela se presentó en la casa de María y se llevaron preso a Joaquín, su marido. Se trataba de una acción destinada a forzar la entrega de su hermano Adriano, que seguía en la sierra. Al día siguiente, María fue a buscar a su marido con ropa y comida, iba con su hijo de 17 meses en brazos, y embarazada de otro, pero también fue apresada.
 María pasó dos días y una noche en el cuartel de Vallehermoso. En ese tiempo le pegaron varias veces con un vergajo para quitarle al niño, pero ella resistió. Al mismo tiempo, habían encarcelado en Jaén a su madre, Juliana Cortés, de 64 años, a la que pegaron y metieron en una poza con el agua hasta las rodillas para forzarla a decir dónde estaba su hijo. Pero nadie lo sabía. Hasta cinco familiares llegaron a estar procesados por esta causa. A María, a Joaquín -su marido- y a su madre -Juliana- les condenaron a seis años de cárcel; a su hermano Miguel, a 20.
María recuerda, como si fuera ayer, el día del juicio: “Se celebró en una sala enorme, como un pabellón de deportes, en el que juzgaron de una vez a unas trescientas personas. Estaban unos sentados en bancos y otros de pie y levantaban la mano conforme eran nombrados. Entramos todos como una manada de cerdos, serían las nueve de la mañana, y a las dos de la tarde estaba todo el mundo fuera…. Todo estaba escrito ya”, recuerda hoy María, quien tras cumplir condena y dar a luz a su segundo hijo en la propia cárcel volvió a Madrid para proseguir su vida. Vivió durante casi 20 años en una chabola, hasta que los ahorros conseguidos, de trabajar de limpiadora en el Ejército del Aire le permitieron a ella y a su marido comprar su actual casa en un barrio obrero de Madrid.

“Nunca serviremos en casa de señoritos”

 El deseo de aprender a escribir poesía de Francisca es compartido por Concha Martín, vecina de una pequeña localidad de Granada. A Concha, sin embargo, no le gusta escribir la historia de su familia, prefiere escribir de amor, aunque no olvida ni por un segundo su pasado.“Mi padre está en un monte perdido por ser de izquierdas y eso no lo voy a olvidar mientras viva”, asevera.
Concha es el vivo ejemplo de una mujer a la que ningún obstáculo ha conseguido borrar la sonrisa de la cara. Sonríe hasta cuando llora. Sonríe hasta cuando narra cómo los "señoritos del pueblo" vinieron a buscar a su padre para ajusticiarle. “El 2 de marzo del 37”. Él no estaba entonces en casa, sino con sus cabras. Era pastor. Cuando regresó decidió huir junto a sus dos hijos varones. “Me voy, a ver si me salvo”, dijo. José, que así se llamaba su padre, murió congelado en la sierra, según contó un vecino del pueblo que sí consiguió regresar. De sus dos hermanos, nunca más se supo.
Los falangistas volvieron pocos días después buscando a la madre de Concha, Enriqueta. No eran del pueblo. “¡Enriqueta!”, gritaban desde las calles. Ella se escondió. No así una vecina del mismo nombre y de reconocida "ideología de derechas" que salió a ver qué pasaba. Nadie la reconoció y fue rapada. La Enriqueta de izquierdas, la matrona de esta pequeña localidad, se libró de la humillación.
Con el marido muerto y dos hijos desaparecidos, Enriqueta tuvo que sacar adelante a sus otros cuatro hijos. La consigna de partida estaba clara: “Nunca serviremos en casa de ningún señorito”, repetía esta mujer, según relata Concha, quien en 1936 tenía solamente seis años. Y así fue. Enriqueta y Concha, madre e hija, realizaban casi semanalmente un trayecto de 34 kilómetros para traer tabaco, harina y aceite de estraperlo. 20 kilos a cuestas. El tabaco y el aceite lo vendían. Con la harina hacían pan.
Concha: "Pido justicia para el pueblo y justicia para los que nos han estado robando tantos años"
Manuela y Encarna, las hermanas de Concha, trabajaban en casa cosiendo pantalones, cocinando pan o con cualquier otra labor. Así como cuidando de Miguel, el pequeño de los hermanos, quien pronto también tuvo que empezar a trabajar. “Dicen que ahora están mal los tiempos, pero es que lo de antes no tiene nombre. Cada día era una lucha por la supervivencia. Cuando te ibas a la cama no sabías qué desgracia podía pasar mañana”, asegura Concha.
El recuerdo de lo vivido, la dureza de la dictadura y la seguridad de que la democracia sólo es viable a través de la justa y equilibrada distribución de recursos hizo de Concha y de sus hermanas unas mujeres de fuertes convicciones progresistas. Ninguna de las tres pudo aceptar jamás que un partido cuyo fundador provenía del régimen franquista pudiera defender los intereses del pueblo.
Concha sabe que el futuro está complicado. Lo ve en su pequeña localidad donde cada vez hay menos trabajo. “Se están perdiendo valores”, asegura. Ahora, tras una vida de incansable lucha, pasa las tardes devorando novelas y escribiendo algunos versos. La fórmula para un futuro mejor la tiene clara. Aunque nadie con poder la escuchará. “El único futuro viable pasa por que se haga justicia de una vez por todas. Justicia con el pueblo y justicia para los que nos han estado robando tantos años”, sentencia.

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