No voy a decir nada original:
LA ESTUPIDEZ ES INFINITA.
LA SORETIDAD ES INFINITA.
Y NO SE EXCLUYEN MUTUAMENTE.
Agrego: ADEMÁS SE CONCENTRAN.
En nuestro país, como el dinero, las tierras,
la corrupción, se concentra en la clase alta. Y por reflejo necesario, en la
clase media alta que siempre aspira a ser “como los de arriba”, aunque eso
implique ser tan hijuepú y tan estúpido como “los de arriba”.
SINDICATO DE TROLLS ¡YA!
Vivimos en épocas de hiperinformación y poca reflexión, poco
diálogo y menos consenso. Imposible crearlos desde el lugar en el que todos
hablamos y nadie escucha.
La hiperinformación naturaliza la injusticia, la vuelve obvia, la
banaliza y no da lugar ni a la especulación compartida ni a la toma de
posiciones del individuo solitario —como un principio para pararse con otros—
respecto de un tema. Relativizarlo todo, como si la opinión de un miembro de la
familia Macri —Blanco Villegas fuera del mismo peso y tuviera los mismos
objetivos que la de cualquier trabajador
del conurbano, impide registrar un punto fijo para referenciarse a favor o en
contra de esa opinión o cualquier otra.
A ese punto fijo supo llamársele ´’clase’ y aunque hoy se
empeñen en mostrarlo como obsoleto, inútil, innecesario, ese punto fijo existe en la cotidianidad, en
la calle, en la casa, fuera de las redes sociales y de la “fiesta de disfraces”
de internet. Cuando cada quien deja de ser el que se inventó ser para ir a
pagar las facturas de la realidad.
Ese punto fijo es como los mojones de las fronteras, esos
que alguien corre de noche mientras los
vigilantes duermen. Hay que dormir
menos. O hacer guardias para descubrir al que intenta situarnos en un país que
no es el nuestro.
Ese que nos corre los límites y relativiza todo, maneja con absoluta prolijidad—no
hay relatividades en sus territorios— y persistencia, el relato a instalar a través
de redes sociales y medios de (in)comunicación masivos.
Crea ejércitos de trabajadores “free lance” que no deben
sentirse jamás trabajadores si desean trabajar para su siniestra empresa
fantasma. El trabajo de sus no trabajadores es destruir la famosa “cultura del trabajo” y además
denunciar tal cosa como responsabilidad exclusiva de quienes intentan seguir
laburando cada día como forma de subsistencia y no lo consiguen porque el
sistema resolvió que ya no quiere producir nada más.
Ejércitos de trabajadores
que no se autoperciben como tales, son usados como simples mangueras: desde su propio
inconciente taladrado mana el fluido de un discurso escrito por otros, de una
simpleza tal que parece de aceite, y así, como aceite, se desparrama por todo
el ciberespacio para ahogar cualquier voluntad de resistirse a dejar de ser
humano. Es como aceite: ensucia todo lo que toca, y se instala como “saber
cultural” ahogando las “garrapatas” de la decencia.
Crear el Sindicato de Trolls sería una medida como para
empezar a mover las garrapatas…
No me interesa ser original.
Sobre todo porque nadie puede serlo. Todo está dicho y escrito.
Sólo que algunas cosas se publican, ventilan y repiten y otras se esconden, se
queman y se olvidan.
Me interesa más golpear con el martillo de lo corriente,
vulgar, sabido, hasta hacer un agujero por el que se vayan todos los slogans
vendidos como ideas, todas las justificaciones de la injusticia que naturalizamos. Que se
pierdan por allí para siempre todas las mentiras que ahogan, como el aceite, las garrapatas de
la realidad, esas que se nos pegan aunque no queramos y que mientras nos
vampirizan, sin quererlo, sin saberlo, nos mantienen alerta, producen esa
comezón, ese prurito que nos avisa
que aún podemos salvarnos. Tal vez sea
hora de empezar a ser amables con los agujazos de realidad que cada tanto nos
despiertan y nos avisan que algo pasa.
Desde ese punto fijo que es mi clase, la trabajadora, la que
produce riquezas que quisiera distribuidas entre todos pero que sólo engordan
las vacas de unos pocos, es que escribo.
No soy imparcial, Nadie lo es. Quien así lo crea, se miente
a sí mismo y por lo tanto le miente a todos.
Y sé que el consejo es escribir poco, lo menos posible,
porque “nadie lee”, instala el enemigo de la humanidad para
deshumanizarnos. Pero como ‘del enemigo
el consejo’, escribo para el que quiera leer. Y para el que no, también. Tal
vez se entere por otro. O no se entere. Pero lo dicho, dicho queda.
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