domingo, 10 de mayo de 2009

La paja en el ojo ajeno

Un barco en tierra es una imagen desolada de algo que no está cumpliendo con la función para la que fue creado. Es algo fuera de su lugar, algo que espera ser puesto en movimiento, algo que fue obligado a detenerse y que extraña las olas, e ruido, el movimiento. Como alguien que desea trabajar y no le dejan, alguien que espera poder dar lo mejor de sí, cumplir su destino...

Barco quieto, de Rufino Lucero



La semana pasada ocurrió algo significativo en medio de lo cotidiano y me parece que vale la pena contarlo.

Anduve varios días buscando alguien que pudiera poner unos broches de presión a un guardapolvos de trabajo de Mario, y llegué hasta un pequeño kiosco cargado de artículos de mercería. Era claro que el negocio no siempre estuvo allí, en un reducido costado de garage. Antes, debía ocupar la esquina, con su persiana de metal y sus vidrieras para exhibir las últimas modas de la Metrópolis en este oscuro barrio del conurbano noroeste, más allá del segundo cinturón y más acá del interior de la provincia. En medio de dos épocas inmigratorias, en medio de dos oleadas, la europea y la interior, que dejaron en toda esta franja un híbrido de tano y paraguayo, santiagueño y lituano, escandinavo y entrerriano, la tienda y mercería debió ser floreciente y permitir la construcción de la casa de dos plantas.

Ahora, la baja en el nivel de consumo promedio de los vecinos, lo reduce a un mísero kiosco con restos de mercería y librería. El local de la esquina, desocupado, espera inquilinos optimistas.

La señora que lo atiende es polaca, alemana, lituana, rusa, vaya a saber, rubia, de más de sesenta años. El marido, claramente nativo, del barrio o del interior bonaerense, con acento porteño. Cuando yo entraba al pequeño kiosco con puerta de seguridad corrediza manipulada por un control desde atrás del mostrador, él ingresaba al garaje lindero, parte de la misma casa, con su auto modelo dos mil y pico bien cuidado. Una postal de un época y un lugar, sólo eso.

Cuando expliqué el motivo de mi visita al lugar, la señora polaca se mostró compungida: no tenía esos broches, podía poner otros, de otro color. Tenía que pagar por adelantado. A las doce en punto del mediodía estarían colocados. Si no, debía pasar después de las tres y antes de las veinte. Al día siguiente, domingo, no me atenderían.Todo muy claro y preciso, gente con la vida ordenada, ordenado la vida ajena.

Antes de irme, el señor que ingresara con el auto al mismo tiempo que yo, se lamentó de no poder cumplir como quisiera:” Yo no sé que está pasando en este país, nadie quiere ya trabajar. Hace meses que pido esos broches, los fabrican en Rosario. Gasto en teléfono y el corredor siempre dice que pasará, pero no pasa… Y así estamos, sin poder cumplir con los clientes. Es imposible seguir trabajando así, mantener un capital, uno se cansa…”

El señor que lo decía, vive a una hora de Once, tiene auto para moverse, y depende para sus ventas de un corredor que viene de Rosario… De Rosario! Trescientos kilómetros! Para que el señor que está a treinta de Once, compre tres docenas de broches de cada color "vendible", es decir, blanco, metal, negro, y alguno más, quién sabe.

A ver: entiendo a los nostálgicos de aquel país en el que un señor trabajaba y por algún empujón del destino, lograba instalarse con un comercio y pasarse el día con los clientes, en casa, sin viajar, fresco en verano y caliente en invierno, mientras otro señor gustoso de andar por las rutas argentinas, lo visitaba vendiéndole todo cuanto podía necesitar para la clientela. Ambos trabajaban, cada uno en lo que le gustaba más o había logrado conseguir en la vida.

El sistema de corretajes y viajantes de comercio fue uno de los ocultos indicadores de la idiosincracia argentina. No sé si aparece en los libros de sociología, pero lo merece. Así se creo un país tan grande con tan poca gente.

Y además ha de haber trabajo pa' toda clase de gente, porque hay gente pa' todo: para fabricar cosas, para transportarlas y para recibirlas en casa y redistribuirlas. Cada uno según su gusto y disposición.

Yo también añoro ese país de bienestar y tiempos largos, sin pobres demasiado pobres, donde la comida no era un problema.

Pero ese país no está más y no es porque "nadie quiera trabajar". Y la absurda situación que describo tampoco se resuelve diciendo diciendo, una vez más, que “en este país nadie quiere trabajar”.

¿Qué tiene de importante la anécdota? Nada. Simplemente que me hizo reflexionar en la caminata de regreso, acerca de la frase de marras y de quiénes la repiten con tanta pasión y persistencia en cualquier oportunidad que se presenta.

Casualmente quienes no trabajan, o están abonados a la ley del menor esfuerzo, que es el de aparentar que hacen algo que no hacen, son los que la tienen siempre a flor de boca. Propietarios de tierras que arriendan sus hectáreas a los pools de soja, mientras pasan las horas en el bar con sus pares, denigrando a los trabajadores rurales que no quieren laburar en negro. Mientras sus arrendatarios les estropean las tierras para siempre, ellos se quejan de lo mal que se vive en este país en que nadie quiere trabajar.

Burócratas que tienen un prolijo repertorio de excusas para evitar que el Estado pueda cumplir con sus fines y los privados con sus contratos. Me refiero a empleados de todas las categorías y niveles, algunos funcionarios con mentalidad de burócratas, que atrancan papeles como si no tuvieran responsabilidad administrativa, política, civil y penal por lo que hacen. Y esto incluye a los servicios privatizados, los que supuestamente ganarían en eficiencia a partir de dejar de ser estatales. Se supone que siguen siendo públicos, pero dada la falta de democracia y participación, más bien deberían llamarse masivos y no públicos.

No sé si es sentimiento de una culpa que no tienen o una manera de intentar pertenecer a la clase que inventa estas paparruchadas para marcar la diferencia. Ninguno se convierte en Mauricio, ni en Marce ni en Su o Mirta, pero debe ser, se me ocurre, que por un minuto se siente cerca, muy cerca, por un rato de los que se hacen los exitosos y felices. Un minuto de gloria por compartir un mínimo discurso. Es bastante más común de lo que parece... Se ve en la cancha. Se ve en la calle. Cuando uno indaga seriamente al autor de frase como "son todos bolitas", suele pasar que el indagado se defienda diciendo que es una joda, que el también tiene un amigo judío o puto. En realidad está arrepentido y si cada vez mete más la pata, no es porque esconda un enano fascista tan grande como su estupidez, es porque la escuela argentina no enseña a pedir disculpas y a decir "me equivoqué", sino más bien todo lo contrario: se suele premiar la tozudez y la egolatría, como parte sustancial del desarrollo del individualismo y el espíritu discriminatorio.

Nada peor que un vago culposo. Cuando los agarran in fragantis, siempre encuentran a quién echarle la culpa de los retrasos y agregan, infaltable, que “ya se sabe que nadie quiere trabajar”. El,o sea nadie, se ha encargado, con otros nadies de su garito, de desollar vivo, denigrar, machacar y mandar al psiquiatra a cualquiera que desee trabajar en serio. A ver si todavía después pretenden que todos hagamos lo mismo...

Es una manía. Cualquiera que se encuentre en situación de haraganería consuetudinaria o pasajera, perenne o caduca, tiene a flor de labios la frase salvadora, la que lo redime frente a su espejo cada mañana: “en este país nadie quiere trabajar“. Falta la conclusión necesaria: "por lo tanto, yo tampoco".

Claro que si agrega un YA antes del nadie, entonces estamos frente a un opositor al gobierno, uno con la hora atrasada, un soñoliento nostálgico de los que también dicen: “esto con los militares no pasaba…” o “si estuviera el Turco…” o “después se quejaban de De la Rua..."

En fin, no tiene mayor importancia, pero no puedo dejar de manifestar que me tiene harta la manía auto denigratoria al estilo del Negro Oro, la Su, el Marce y toda la runfla que se siente culpable de ganar plata haciendo lo que le gusta.

Después de todo, ¿qué tiene de malo ser un poco vago y disfrutarlo? ¿Qué necesidad hay de denigrar la resto si uno ha ganado el santo derecho de haraganear un poco cada tanto, o mucho, si tiene esa suerte? El tema no es la vagancia, es la culpa que los hace repetir pavadas de los exitosos que son, como dijo Anibal Fernández, vagos de solemnidad.

Una señora llamada Olga Pintor, jubilada en la administración pública provincial, un poco autoritaria ella, un poco obsesiva, a la hora de irse de su puesto, puso en la Mesa de Entradas de la oficina donde prerstaba seervicios, a la vista de todos, un cartel que decía: “Cuanto trabajo dan los que no trabajan..!”

A la fecha, le han hallado más de cien acepciones a la críptica frase, en pro y en contra de su autora y sus modos de cumplir con su función, pero creo que nadie se atrevió aún a retirarlo. Y han pasado diez años…

2 comentarios:

  1. Con La llamada "cultura del trabajo" parece eso que pasa con Borges:Todo el mundo lo conoce, pero nadie se toma la molestia de leerlo.Eso sí, queda bárbaro presumir.
    No falta gente que labure, y bien.Lo que nos está faltando es orgullo genuino por lo que cada uno hace.Lo estamos buscando donde nunca va a aparecer: en los medios de difusión, en la prensa complaciente, en la pavada mediática.Por ahí carecemos de una corriente artística que rumbee para ese wing: Como Quinquela,Carpani,Berni, Arlt o José Hernández.Estos tipos generaron admiración por el laburo, más allá de la denuncia o los diferentes estilos.
    abrazos
    Endrogado de Adrogué.

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  2. De acuerdo: falta orgullo por lo que se hace.
    Y patrones de medida más objetivos acerca de lo que uno produce realmente.
    Se puede buscar la salida por cualquier lado.
    Todo vale para tratar de construir la "cultura del trabajo", que me parece una santa estupidez desde la formulación, pues ¿qué cultura podría existir sin trabajo?
    El único camino que me parece que no sirve a nuestros intereses, tal vez sía los de otros, es la senda autodenigratoria, la de ponerse como parte de un colectivo cargado de defectos que me justifica. Así, no hay nada para emular mirando hacia arriba y debo felicitarme por no ir más abajo, como supongo que están los demás. Sigo siendo un patriota, sólo porque critico a los demás para flotar en la nada más tranquilamente.
    En este país se trabaja mucho y muy bien. Y si no pregunten a los que quieren destruirlo, cuanto trabajo les da, a pesar de haber convencido a tanto pelotudo de que "en este país nadie quiere trabajar" para bajarle los brazos y reventarlo contra el barro de la chatura.
    Hablando de Borges...

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