martes, 24 de noviembre de 2009

Un cuento del Doke

Los dos tiros sonaron cerca, bastante cerca.

Graciela se retorció en la silla: estaba sentada contra la puerta de madera de la entrada y, pensó, no era segura. Debía correrse más contra la mesa, con la espalda en la pared de 30, eso sí resultaba seguro.

Para correrse y también para mirar por la ventana, se paró y Daniel le advirtió desde la cama que no era buena idea asomarse.

En eso se escucharon corridas en la vereda y tres tiros más.

Graciela se sintió mareada y se sentó rápidamente.

La Lidia, que miraba hasta entonces la tele como si nada pasara, pegó un grito y luego se justificó diciendo que le parecía más cerca, pero que seguro andaban por las torres, a unas tres cuadras.

Graciela quiso volver a mirar la tele, pero la vista se le empezó a nublar, como si estuviera viendo las cosas en movimiento, todo el tiempo, y en el espacio entre las cosas, todo ondeándose.

O mejor, como si las auras de las cosas se movieran y formaran oleadas de aire en el espacio entre las cosas.

En la pantalla del televisor todo seguía siendo exactamente igual que antes, los mismos gritos y los mismos brillos.

Debía ser apenas un ataque de pánico a causa de la balacera cercana.

Daniel dixit: “no pasa nada”. Y también: “la puerta está sin llave”.

Graciela se sobresaltó: se escucharon sirenas policiales acercándose.

En realidad, si le hubieran preguntado, no podría haber explicado si se sobresaltó por las sirenas, o porque no recuperaba la visión normal y todo seguía moviéndose en esa extraña forma gelatinosa, como si la realidad fuera de agua. O si todo eso ocurría a causa de su sobresalto.

Tomó conciencia de que todo dependía de un modo de mirar las cosas, de la forma en que quisiera pensar la realidad y también de que no podía decírselo a nadie y que no había en la habitación nadie que quisiera escucharla.

Tal vez mañana, en su puesto de la calle, alguien se detendría a preguntar un precio, a comprar una pimienta o una cúrcuma y ella lo semblantearía y vería que podría preguntarle si alguna vez tuvo la clara conciencia que la realidad suele volverse gelatinosa.

Entró la Pocha y dijo que habían matado un pibe del barrio en el paredón de la Prefectura, a una cuadra de allí.

En realidad lo mató el paredón que se le cayó encima cuando trataba de saltarlo para escapar de los tiros. Se tenía que morir, Pocha dixit. Aunque era tan joven, agregó para no parecer tan desconsiderada con las muertes de los otros.

En fin, que precisaba la llave del comedor comunitario para velarlo. Orden del Luís, amigo de la familia del muerto, proveedor del comedor comunitario con subsidios oficiales.

El Luís se cree el rey del barrio y lo peor es que todos los del barrio también se lo creen. Y por eso el Luís manda y decide nacimientos y velorios.

No tenía ganas de discutir, la gelatina movediza de aire alrededor la desorientaba lo suficiente como para hacerle perder las energías. Todo seguía igual: la tele gritando, la Pocha con la llave difamando al Luis y cumpliendo sus órdenes, Daniel impasible en su cama y la Lidia tratando de terminar de ver el programa en medio de la Pocha y el aire espeso y móvil.

Finalmente, el tiempo se dilató desmesuradamente y Graciela pareció dormirse. O entró en un estado de somnolencia donde era difícil diferenciar qué era vigilia y qué sueño. Y en esa duermevela tan acuosa, estuvo padeciendo los preparativos del velatorio, que duraron hasta la madrugada, cuando estuvo todo listo en el comedor para empezar con la cuestión del duelo.

Mañana no habría leche ni almuerzo para los chicos, pensó. Así irían aprendiendo a respetar los muertos y odiar la policía desde las tripas vacías. No es justo, pensó. Así no se termina más todo esto, pensó.

Entonces recién pudo entender que le pasaba al aire y por qué se volvía gelatina líquida cada vez que fijaba la mirada en alguna parte.

Nunca se enteró cómo fue que pasó, pero allí estaba metida en un cajón, sobre una de las mesas largas del comedor, cerca del pibe que se enfrentó al paredón y salió perdiendo. Entre llantos y gritos y tiros al aire de gente que no conoce.

Entonces resolvió dormirse, para no tener que oír la voz del Luis dando las órdenes.

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