jueves, 26 de noviembre de 2009

Un cuento del Basural

HAY MOMENTOS EN LA VIDA EN QUE UNO DEBE TOMAR SUS DECISIONES.

Y eso es algo tan resabido que hasta el Aníbal lo aprendió en su corta y experimentada vida: el mundo es de los que se deciden a tiempo.

Así dice siempre el viejo Casiano, que de viejo no tiene nada, salvo la cara de viejo, las arrugas de viejo, las mañas de viejo y que aquí, en el barrio, a cada padre de familia, de los pocos que hay, todos les dicen “viejos”, aunque no porten arruga ni achaque.

Y que es como Casiano dice, uno puede verlo cada mañana de lunes, miércoles y viernes en la basura. Pero hay que estar muy de mañana para verlo, es decir cuando el sol está que se decide y no se decide.

A esa hora llegan los camiones de la recolectora cargados de bolsas apretadas y los que no se deciden se quedan sin nada. Y no es que lo vayan a correr o amenazar, como dicen por ahí algunos flojos, no. Cada uno está allí, esperando y cuando llega el camión, se van tensando las piernas y los brazos.

Y mientras el camión da la vuelta y recula para la barranca y comienza a levantarse la tapa de atrás, como una ventana que se abre, las bolsas apretujadas y aplastadas por la pata de fierro que tiene adentro el camión, empiezan a caer.

Y uno toma allí sus decisiones: si manotea las primeras, si espera, si toma algunas y salta al costado, si se deja tapar por la porquería que va cayendo y luego sale como quien se hundió en el río y se levanta con fuerza desde el fondo arrastrando el barro y las ganas de respirar aire, porque después de todo, uno no es pescao.

Entonces se ve allí un teatro muy bonito: unos manotean y tiran bolsas pa’ los parientes, otro se dejan vaciar todo en la cabeza y después se quedan allí en el medio de su montaña, hasta que todo se calme, para empezar a revolver tranquilos durante toda la mañana. Y hay otros que no se deciden y saltan de aquí payá, manotean, largan, agarran otra, la rompen, la dejan, siguen buscando. Y la mayor de las veces, acaban con casi nada. Así es cuando uno elige y da vueltas y no se decide. Termina sin nada.

Con las nubes pasa igual. Uno se tira de espaldas en el pastizal blando y largo y se deja estar. Después de un rato el pastizal se levanta otra vez, se desarruga, y te quedás ahí escondido, lejos de todos y cerca. Escuchándolos mentir y pelear, pero sin entrarle a nada y sin verlos.

Tal vez ellos lo vean a uno, aunque más no sea de lejos. Pero no les importa lo que uno hace, trajinando con su porquería y su vida de presos. Aquí uno se esconde de todo y tal vez hasta de uno mismo, no sé, nunca he forzao las cosas pa’ saberlo. Y quedan solamente las nubes, allá arriba. Uno elige, pues no hay forma de no elegir, carajo, elige y espera. A veces tiene suerte y a veces no.

Por ahí uno se hace el desentendido y se echa nomás, despacito por si hay cascote, y va sintiendo los pinchacitos de los pastitos en el lomo, que se resisten a ser aplastados hasta que se acostumbran a uno y se resignan a soportarlo, como ocurre casi siempre con todas las cosas de la vida.

Entonces, uno espera que los pastales altos se reacomoden alrededor, con sus flores amarillas en su tiempo, y hasta azules y rojas a veces, según que haya llovido mucho ese invierno o que no. Como en un cajón de muerto con sus flores, uno espera quieto y callado y las nubes vienen.

Y uno, ese día está como muerto por dentro y por fuera entre sus flores, con las voces de los parientes lejos igual que en su velorio, entonces ese día no elige. Dice “a la buena de Dios” y espera. Pero eligió no elegir, qué tonto será uno, eligió no elegir y dejar a la buena de Dios todo y la primer nube que se deshaga será su pérdida, pues no eligió cuál sería la que pasaría entera y sin deformación.

A veces uno elige bien. Sobre todo cuando llegan desde atrás, si uno tiene el cuidado de echarse sin darle la espalda al río. Después de las lluvias van las nubes caminando avergonzadas medio de costeleta, como quien no quiere tratos con el riacho, buscando el Paraná. Vaya a saber de qué se avergüenzan... Será de andar retrasadas y no haber dao agua cuando debían. O será por el desastre que las otras nubes trajeron al caserío. Vaya a saber, pero se van ligeras y como quien dice escondiéndose, si es que alguien puede esconderse en el cielo. Por eso dios puso la policía en la tierra, pues aquí si uno puede esconderse o al menos creer que se esconde.

De esas que pasan ligeras, suele haber algunas que son menos tímidas y se mantienen firmes, orgullosas, no se deshilachan rápido. Esas son las mejores, aunque algunas no llegan al final igual que como vinieron. Vaya a saber qué remordimiento o ganas tuvieron cuando el sol les dio de lleno y engañaron a todo el mundo con su fuerza, desarmándose como espuma, como nada, después. Pero salvo esas, que no son las más comunes, las que pasan desde el matadero y se van para el río grande, se pueden elegir tranquilamente, seguro de ganar.

Uno sabe, viene una, dando vuelta los ojos un poco para atrás se empieza a ver, va viniendo y uno espera un poco para decir, pues con los ojos pa’ tras es más difícil decidir. Uno elige forma y dice, por un decir nomás, “chupete”. Y hasta puede decir “chupete de nena” porque uno es quien elige y nadie más puede decir si es o no es eso mismo. Como pasaba cuando éramos chicos y mirábamos entre muchos.

Uno decía “chupete de nena”, otro decía “de varón” y empezaba un tirada de nubes que acababa a las trompadas. O pior: acababa con una sobada de lomo en el rancho porque en la trompeadura seguramente la ropa vieja se rompía toda y se manchaba de sangre de la jeta o la nariz, que se rompían justo antes o después que la ropa. Por eso es mejor tirarse solo y sin discutir. Cuando uno debe tomar decisiones importantes, tiene que estar solo y hacerse hombre.

Si no, después pasa como con los caballos.

Mucha reunión, mucho “que le parece compá, si vamos por el bañao”, mucho, “como usté diga ta bien, compá”, pero cuando la policía llega, ca’ uno pa’ su lao y el que cae, se jode. Y lo pior, si caen todos, es un solo echarse culpas uno a otro. “Que si usté me hubiera echo caso, compá, que si este gurisito no fuera tan quedao, que si no era la mejor noche, que si yo dije que había que dir por otro lao...” Todos santos inocentes; nadie eligió estar ahí esa noche. Nadie tomó decisión. Maricones... Por eso, lo mejor es andar solo y hacerse hombre de lo que se elige.

Ahora bien, si uno elige “chupete de nena”, por un ejemplo, va diciendo despacio muchas veces: “chupete de nena, chupete de nena, quedate allí, quedate allí, vamos mi chupete de nena, quédese allí, siga, siga, mi chupete de nena, no se me pare, siga chupete de nena, vamos mi linda, vamo’ a ganar, chupete de nena “, y así hasta que la nubecita gorda como chupete se desaparece por delante de la jeta, allá por la pera. Sin levantar la cabeza, claro está.

Uno echa los ojos pa’ tras y la ve venir, la enfoca apenas deja de doler la vista y después elige rápido, pues si se tarda mucho no vale. Entonces va moviendo los ojos despacito junto con la nube, de atrás pa’ delante, sin levantar la cabeza, hasta que ya se te van los ojos pa’ dentro del cachete y no ves más nada o te empieza a doler la cabeza por el esfuerzo. Si ahí no se desarmó todavía, entonces ganaste.

Cuanto más veces uno nombra lo que eligió y más la lindea con palabras, más fácil ganar. En cambio si uno anda medio callao ese día y se echa a tirar las nubes sólo por no pensar en cosa triste, seguro que se le desarman, pues cundo uno anda así arrastrao, todo son palos en la vida. No sé si conviene tirarse las nubes cuando uno anda mal, a menos que tenga ganas de putear, entonces sí, pues le decís “cara de vieja y la puta que te reparió, viste que te hice llegar, yegua de mierda”. Y si no te sale podés decir “me cago en tu alma de nada, nube podrida y la reputa que te parió, ojala te hagas sorete contra el sol vos y toda tu porquería de árbol desarmao, ni pa mierda servís y ni pa mierda quiero verte.” Y así.

A veces también se puede putear pa’l cielo, pero no mucho, pues lo que a uno le pasa no es cosa del cielo. Un poco de putearlo está bien, pero no tanto, porque se pone en contra de uno y entra a llover sin parar, a ventear sin parar, a volar casa o enterrarlas en el barro de la barranca y todo empieza a andar mal. Mejor no putear mucho pa’ rriba. Aunque las nubes no sean cielo, allí están y el cielo las cuida y las hace andar. Son sus “cositas bonitas”, mejor no abusarse.

Cuando uno elige mal y le echa forma encima a una traicionera de esas que se van yendo como putas en mechones por acá y por allá, juntándose con otras pa’ esconderse y chusmear de camino, la culpa es de uno mismo. Ha echado mal el ojo. La nube es lo que es, como las mujeres, cada una sigue su camino y si uno elige mal se la aguanta como hombre y la deja ir, sabiendo que perdió. Algunos hombres que no saben tirar nubes, tampoco saben de lo otro y después se enojan con la mujer. La golpean o la matan. Y si van presos, le siguen echando la culpa a la mujer muerta. Como si ella hubiera elegido por él. Así son y no escarmientan. Mucho güevo colgao y poco de hombre.

Y así de seguido en todas las cosas de la vida, como le gusta decir a Casiano, cuando a la tardecita en el basural se pone a conversar con los que quieran oír.

Mientras todos comen duraznos o naranjas, según sea la época y lo que tiren las camionetas de los galpones -que ya se sabe que el descarte bueno va a otro lado, pero el descarte malo que tiran, bien elegido, se deja comer-, el Casiano habla y habla de todo un poco, para entretener y estruir, como él mismo dice. Y termina siempre de igual manera las conversaciones, antes de hacer silencio y mascar la fruta: “ y es así de seguido en todas las cosas de la vida...”

Algún día yo voy a ser como el Casiano. Ya elegí serlo.