miércoles, 10 de marzo de 2010

Saqueadores eran los de antes



Antes de la hecatombe final del 2012, supo existir en tierras australes, un señor de nombre Julio Bazán.
Supo ser notero, cronista televisivo, de los que hacen “exteriores”. Eso quiere decir que no estaba en el interior del estudio de televisión donde se filmaba el noticiero, sino en un lugar cualquiera de la calle.
Incluso podía ser que estuviera en el interior de una casa, haciendo “exteriores”.
Así era de exclusivo el mundo de la televisión: cualquier cosa que ocurría fuera de los estudios parecía otra realidad, extraña, externa.
Hemos recuperado un video en malas condiciones en las que pueden verse varios días de notas efectuadas desde Chile, luego de uno de los tantos terribles terremotos que intentaron acabar con la plaga humana en el planeta, sin lograrlo definitivamente.
Este terremoto ocurrió en marzo de 2010 y estuvo entre los primeros de magnitud, provocando una cantidad de muertes relativamente pequeña, si se compara con las sufridas meses después.
En este video se ve primero a un Sr. de anteojos, Marquich parecen decirle los que se comunican con él desde el estudio de televisión, que está en Chile, en una ciudad llamada Concepción, sin agua, sin combustible y sin plata. Así lo dijo al menos tres veces a la cámara: sin plata.
Se ve que comenzaba ya la quiebra de las empresas de noticias, pues le mandaron allí sin recursos para solventar gastos elementales en estas expediciones de investigación.
Luego aparece este Sr Bazán, que aparentemente lo reemplaza en su tarea.
Tiene una voz extraña y un modo más que personal de relatar las cosas. Una imitación torpe de un legendario José de Zer, que era un prodigio melodramático ganándose la vida en los medios de prensa más amarillentos que hubiera, agregando con su estilo personal un grado más de dramatismo a los sucesos.
Claro que De Zer se reía de esto, sabía que era actor, no periodista, aunque dijera lo contrario para seguir viviendo de su arte.
Este buen hombre, Bazán, era algo parecido, pero no se sabe si sabía que no era lo que parecía.
Llevaba el relato cargado en la voz y lo iba contando como si lo arrastrara con una soga por la 9 de julio y el relato pesara cada vez más.

Así fue como intentó contar el terremoto.
Como si un terremoto necesitara dramatismo agregado.

Uno recuerda o se imagina, ya no sabe, un domingo en Buenos Aires, caluroso, con la carita de Julio Bazán apareciendo en la caja de sorpresas, transmitiendo desde Chile.
Tal vez Julio Bazán no elegía qué transmitir, pero se supone que bien podía negarse a hacerlo, cuando corría el riesgo de superar su propia imagen de estupidez.
Contaba que, luego de las gravísimas circunstancias vividas en Chile (así hablaba él), lo más importante que tenía para mostrar era el depósito de la Prefectura chilena en Concepción; en realidad un gran patio lleno de heladeras, sillones, cocinas, lavarropas, televisores, equipos para oir música, sillas, mesas, en fin, cantidad de elementos de bazar (no de bazán), que, según relataba, habían sido recuperados por la fuerza pública en los “aguantaderos” de los “forajidos”. Así lo dijo, con esas palabras.
Los "aguantaderos", parece ser, en una ciudad devastada por un terremoto, eran las casas o sótanos que todavía "aguantaban" un grupo humano viviendo adentro. Igual que ahora, cualquier hueco que nos permita sobrevivir, es hogar.
Los forajidos, eran los sobrevivientes del terremoto que habían perdido sus bienes y que tomaban los que se hallaban en las grandes tiendas, con riesgo a quedar bajo montañas de escombros, con un sentido de la previsión admirable en la especie humana.
No había agua ni luz ni gas para calentarse, ni nada, pero la gente se llevaba aparatos eléctricos porque sabía que algún día los servicios volverían y querían estar preparados para ello.
Finalmente, un terremoto les brindaba posibilidades que ningún gobierno a la fecha había facilitado: adquirir un lavarropas automático, cambiar la heladera, dormir en mullidos sillones o colchones de resorte.
Lo que el sismo se llevó era basura vieja, de segunda mano. Pero traía algo de justicia: al menos una vez en la vida podrían usar cosas nuevas, de primera calidad.
“Después“, dijo a la cámara un joven que arrastraba una enorme cama de exposición, con su colchón y su colcha, “que se acabe el mundo!”
Y casi se acaba.

Lo entrañable de este video que he mirado varias veces, como parte de mi tarea de documentar lo que ocurría antes del fin del mundo, es la pasión didáctica puesta por don Bazán en tratar de hacerle entender a su audiencia que había dos clases de saqueo:
a) el saqueo de los buenos, pobres con hambre e hijos que llevaban agua y alimento, víctimas de la desesperación, y
b) el saqueo de los malos, que aprovechando la situación se llevaban las heladeras, los sillones, los televisores y los lavarropas, entre otros enseres.
Los forajidos, digamos.

Dijo, con su estilo trágico, que ésta era la peor injuria que Chile hubiera vivido, un accionar violento como nunca se viera en ese largo y plácido país del Pacífico.
Julio Bazán, más allá de lo que su productor le indicara, más allá de lo que le mandaran transmitir, eligió que:
El golpe de Estado de 1973 nunca existió.
Pinochet, sus secuaces y el Plan Cóndor, nunca existieron.
La brutalidad del Ejército Chileno y de las fuerzas de seguridad chilena, nunca ocurrieron.
No hubo desaparecidos por causas políticas en Chile, nunca se torturó prisioneros, nunca se persiguió opositores, jamás se reprimió a los pueblos originarios que reclamaban tierras.
No hubo asesinatos por causas ideológicas en Chile.
Jamás le cortaron las manos a Victor Jara mientras tocaba la guitarra en el Estadio Nacional.
Nunca se exterminaros poblaciones enteras por medio del trabajo esclavo en las minas del norte.
La mayor violación de derechos que ocurrió en Chile, según Julio Bazán, fue la cometida por esos “rotos de mielda” contra las superpoderosas cadenas de distribución.
Lo peor que le ha ocurrido a Chile, parece que han sido los pobres.
Y sobre todo, los pobres que después de perder sus pocas cosas durante un terremoto, pretenden recuperarlas sin pagar.
Los pobres de Chile no saben que después de los terremotos, los tsunamis y las guerras que destruyen todo, el capitalismo florece como si una lluvia de primavera le hubiere dado energías nuevas. El mejor de los negocios es el de la reconstrucción, de allí tanto afán en destruir.

Cuántos enseres había en el patio de la Prefectura Chilena?
Veinte sillones?
Diez heladeras?
Quince lavarropas?
Cien, doscientas prendas?
Mucho más no entraba allí.
En los cementerios se enterraron más de ochocientas víctimas por esos días.
Otros quedaron sepultados por escombros, aunque por entonces, al ser menor la cantidad de muertos que ahora, la gente se ocupaba de buscarlos.

Da vergüenza pensar que uno vivió esas épocas sin pensar en nada importante.
Que a uno le llenaran la cabeza desde la televisión con ideas bobas.
Da vergüenza pensar que todo se compraba, y lo que más fácil se vendía era la opinión, el talento, la fuerza de trabajo más refinada de todas.
Este Julio Bazán nunca fue importante ni lo será, pero verlo varias veces me hizo sentir incómodo, muy incómodo. Y tardé un poco en darme cuanta por qué.
Era una muestra pequeña de lo rotos que estábamos antes de que nos terminara de romper la tierra con su cadena de sismos e inundaciones.

Que alguien se hiciera llamar periodista, cronista, reportero, notero o lo que fuera, y que a la edad del Sr Julio Bazán, que parecía ser un hombre de medio siglo al menos, no pudiera distinguir lo importante de lo accesorio, no supiera qué hechos merecían relatarse, es una muestra de la decadencia que vivmos antes del fin del mundo.
Daría más vergüenza aún pensar que sí sabía lo que hacía, que elegía mostrar a unos pobres desgraciados sin casa, sin trabajo, sin futuro, como lo peores delincuentes de un país que antes de esto ya había sufrido incesantes saqueos de riquezas minerales, de recursos naturales, de personas, de derechos laborales y tantas otras cosas.
Este Julio Bazán intrascendente, que ya nadie recuerda, me ha hecho pensar en que no podremos reconstruir la vida en el planeta nuevamente si no ponemos algunas reglas claras.
Los que hemos sido señalados por el Gran Consejo para reconstruir la historia del pasado, con el expreso mandato de que “resulte edificante, ejemplificadora y alentadora de las mejores acciones de los jóvenes”, estamos preocupados por corregir algunas cosas que nos llevaron antes por caminos indeseables.
Como la costumbre de acostumbrarse a todo acríticamente.
De dar por sentado lo que ocurre como lo único posible.
De sostener la existencia de lo obvio para no profundizar en nada.
De considerar poco importante las nimiedades diarias que construyen una vida…

Este Julio Bazán, que parece tan intrascendente me ha ayudado a pensar otra vez en lo que debemos enseñar a los jóvenes.
Ya he anotado en la agenda común para la próxima reunión del Pequeño Consejo, un tema de importantes consecuencias para la humanidad que ha quedado en pie:

Nunca más una heladera valdrá más que una persona.



1 comentario:

  1. Muy buena tu nota, no se puede esperar menos de vos. pero la nota de este bazan no la vi, porque? porque en casa mi tele no tiene canal 13 y tn (todos nerviosos ) jaja , un beso Adri

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