En su primera publicación, un 28 de noviembre de 1872
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Señor,
D. José Zoilo Miguens
Querido amigo:
Al fin me he decidido a que mi pobre Martín Fierro, que me ha
ayudado algunos momentos a alejar el fastidio de la vida de hotel, salga a
conocer el mundo, y allí va acogido al amparo de su nombre.
No le niegue su protección,
Vd. que conoce bien todos los abusos y desgracias de que es víctima esa clase desheredada de
nuestro país. Es un pobre
gaucho, con todas las imperfecciones de forma que el arte tiene todavía con ellos, y con toda la
falta de enlace en sus ideas, en las que no existe siempre una sucesión lógica, descubriéndose
frecuentemente entre ellas, apenas una relación
oculta y remota.
Me he esforzado, sin presumir haberlo conseguido, en
presentar un tipo que personificara nuestros gauchos, concentrando el modo de
ser, de sentir, de pensar y de expresarse que les es peculiar; dotándolo con todos los juegos de
su imaginación llena de
imágenes y de colorido,
con todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con
todos los impulsos y los arrebatos, hijos de una naturaleza que la educación no ha pulido y suavizado.
Cuantos conozcan con propiedad el original, podrán juzgar si hay o no semejanza con la copia.
Quizá la empresa habría sido
para mi más feliz y de
mejor éxito, si sólo me hubiera propuesto hacer
reír a costa de su
ignorancia, como se halla autorizado por el uso, en este género de composiciones; pero mi
objeto ha sido dibujar a grandes rasgos, aunque fielmente, sus costumbres,
sus trabajos, sus hábitos
de vida, su índole, sus
vicios y sus virtudes; ese conjunto que constituye el cuadro de su fisonomía moral, y los accidentes de
su existencia llena de peligros, de inquietudes, de inseguridad, de aventuras
y de agitaciones constantes.
Y he deseado todo esto, empeñándome
en imitar ese estilo abundante en metáforas,
que el gaucho usa sin conocer y sin valorar, y su empleo constante de
comparaciones tan extrañas
como frecuentes; en copiar sus reflexiones con el sello de la originalidad
que las distingue y el tinte sombrío
de que jamás carecen,
revelándose en ellas esa
especie de filosofía
propia que, sin estudiar, aprende en la misma naturaleza; en respetar la
superstición y sus
preocupaciones, nacidas y fomentadas por su misma ignorancia; en dibujar el
orden de sus impresiones y de sus afectos, que él
encubre y disimula estudiosamente; sus desencantos, producidos por su misma
condición social, y esa
indolencia que le es habitual hasta llegar a constituir una de Ias
condiciones de su espíritu;
en retratar, en fin, lo más
fielmente que me fuera posible, con todas sus especialidades propias, ese
tipo original de nuestras Pampas, tan poco conocido por lo mismo que es difícil estudiarlo, tan erróneamente juzgado muchas veces,
y que, al paso que avanzan las conquistas de la civilización, va perdiéndose casi por completo.
Sin duda que todo esto ha sido demasiado desear para tan
pocas páginas, pero no se
me puede hacer un cargo por el deseo, sino por no haberlo conseguido.
Una palabra más,
destinada a disculpar sus defectos. Páselos
Vd. por alto, porque quizá no lo sean todos los que, a primera vista, puedan parecerlo, pues no pocos se
encuentran allí como
copia o imitación de los
que lo son realmente.
Por lo demás,
espero, mi amigo, que Vd. lo juzgará con benignidad, siquiera sea porque Martín
Fierro no va de la ciudad a referir a sus compañeros
lo que ha visto y admirado en un 25 de Mayo u otra función semejante, referencias
algunas de las cuales, como el Fausto y varias otras, son de mucho
mérito ciertamente, sino
que cuenta sus trabajos, sus desgracias, los azares de su vida de gaucho, y
Vd. no desconoce que el asunto es más
difícil de lo que muchos
se lo imaginarán.
Y con lo dicho basta para preámbulo, pues ni Martín Fierro exige más, ni Vd. gusta mucho de ellos, ni son de la
predilección del público, ni se avienen con el
carácter de Su verdadero
amigo,
José Hernández
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