domingo, 25 de septiembre de 2016

APARICIONES (Eva y Winona)



Los relatos fantásticos que componen esta colección se sitúan en los Valles de Tafí, Tucumán, corazón de la Patria  Argentina. La autora de estos relatos tiene la suerte de vivir en El Mollar. Desde la Casa del Quetupí,  se atreve a contar lo que sueña a veces en uno de los lugares más bellos del planeta. Ni falta hace que se diga que cualquier parecido con hechos y personas, es mera coincidencia.Por las dudas: todo es ficticio y cualquier parecido con la realidad es producto de las elucubraciones del lector, ya que la autora considera que todo lo que vivimos es casualidad pura.  



PARTE 1: INDAGACIONES
Hace unos días, viniendo de Tafí por Casas Viejas,  escuché hablar en el ‘Aconquija’  de extrañas apariciones.
Para puntillosos aclaro: el ‘Aconquija’ no es la cadena montañosa que separa naturalmente las provincias de Tucumán y Catamarca, al oeste de nuestro querido pueblo (no voy a subir tremendos montes para enterarme de los hechos que ocurren a pocas cuadras de mi casa. Sería ridículo). El  ‘Aconquija’  es  el micro de  media distancia que nos traslada a los de poracá arriba hacia el masallá  abajo,  a través de la yunga, y viceversa. Y es también la empresa de colectivos  ‘urbanos’ que da toda la vuelta al valle, alrededor del cerro El Pelao, uniendo poblados,  desde el Rincón, pasando por El Potrerillo y El Mollar, hasta Tafí, o dando la vuelta por Las Carreras y Ovejería. También hay uno que va de Tafí a El Mollar por el sitio denominado “Ojo de agua” y “Casas viejas”, a mi entender el recorrido más bonito. En éste último volvía yo,  ocupada  en distinguir si entre los árboles secos, hundidos hasta las ramas en las aguas del lago, apeadero general de garzas, se veía la triste y solitaria figura del Mollarito,  cuando oí la conversación sobre apariciones entre dos viejas de edad y aspecto más que confiable.
Por suerte, justo en la esquina de (un decir lo de “la esquina de”) Menhires y Calchaquies estaba Don Pancho Samsa, que en realidad es de apellido Gómez y de nombre tal vez Roberto, Rubén o Raúl,  (digo por la R. en el cartel que puso sobre su negocio: “CHACINADOS Y CARNE  DE CERDO Y AFINES, de R. Gómez”). Acá todos lo conocemos por el apodo de Pancho Samsa (como el de ModoQuasi, puesto por el mismo operario telefónico literato y  transmigrante,  afecto a apodar gente; tal vez porque a él apenas se lo conocía por “Mono”, debido a su parecido con un chimpancé).
 Don Pancho, a más de chanchero y muy panzón, recuerda por su carácter alegre, su despreocupación y su esposa laboriosa y malhumorada,  al compañero de Don Quijote. Sólo que Don Pancho, a diferencia de aquél,  dicen que es más bien culto, que en sus esperas de clientes siempre se le ve leyendo mucho sobre ciencia, aunque es cristiano piadoso, y que, por gracia de dios, supo hacer plata y conseguir un buen pasar. También dicen que nunca cayó en las locuras de cietos estudiantes de “la Ciudad”(1), que pretendieron venderle una isla de Barataria para reírse de él. Pero esa es otra historia. Ahora está allí, con su enorme delantal de hule de chanchero, fumando su cigarrito. Y ya empieza a sonreírme a metros de verme llegar, como hace siempre, como hace con todos. Una invitación al diálogo esa cara franca.

          - Buen día, doña, ¿cómo dice que anda hoy?
        - Aquí vamos, Don Pancho, una patita delante y otra detrás. Intrigada con los misterios de los que se oye hablar por estos lados…
      - Ajá. ¿Y cuáles serían?
         - Algo acerca de apariciones de gente famosa y algunas, hasta muertas.
         - Ah, sí. Qué historia, eh? ¿Y qué quiere usted saber de eso?
          - Bueno, lo normalito, no’? Cuándo pasó,  quiénes aparecieron, dónde, en qué circunstancias, por qué…. Recién oí a dos viejas comentando en “el urbano”  y se me llenó la cabeza de preguntas.
-          - Y no es para menos… Dicen que fue un hecho bastante misterioso.
-          - Epa! Entonces es cierto…
-          - Así parece.
-          - ¿Y usted vio?
-          -Nooo! Válgame Dios, yo no vi, pero me enteré… Y eso que los que vieron, no quieren hablar del susto.
-          -Uuhhh… ¿Y qué le hab contado, si es que puede saberse…?
-          -No mucho. Por lo que sé, fue una sola aparición. Y dizque le acomodó el plumero que tiene en la cabeza la esposa  del Borigen (2) del almacén de ramos generales.
-          -Ah, pero ¿allí fue?
-          -Sí, así dicen. Raro que no se enterara.
-          - No, recién ahora supe. Y cuándo fue eso?
-          -Hará un par de semanas… Quedaron todos muy impresionados. Y no es para menos. Parece que “cierta señora”   le cantó las cuarenta a la Ermelinda.
-          - Sabido es que Doña Ermelinda (que así se llama la esposa del  “Borigen”) da más de un motivo cada día para eso. Ahora, que llamar a eso “aparición” ¿No será mucho?
-          - Es que no fue cualquiera la que  le acomodó la plana.
-          - Ah, no? Y entonces?
-          - Fue la Evita.
-          - ¿Qué Evita?
-          - La Evita. Cuántas conoce?
-          - A decir verdad, ninguna, pero sé que la hija de Doña Sacarosa se llama Eva, la mujer de Tincho también y vaya a saber cuántas más que van a comprarle a doña Ermelinda.
-        -  No, no. Esas sí, las conozco,  pero no hablo de esas.
-         - No le entiendo nada, Don Pancho.
       - Dicen que fue la Evita de Perón la que se
       le apareció.
          -Naaaaa…..
-          - Así dicen …
          - Pero, ¿qué me está diciendo Don Pancho?
          - Lo que me contaron. Todos los que estuvieron ahí dicen  que era la Evita Perón, disfrazada con unos pantalones viejos,  zapatillas de lona y un buzo con capucha que le tapaba la cara. Dizque se plantó en la fila de clientes un día y otro y otro. Que  esperó y miró y escucho y registró todo lo que pasa ahí dentro. 
         -Usted me está cargando?
-          - Qué va. Dicen que tres días se apareció casi sin hablar, apenas para hacer el pedidito, poquitas cosas llevaba y siempre con la cara tapada. Y esa última mañana, que estaba llenito de gente,  le dio batalla a Ermelinda. Batalla verbal, se entiende.
-        -  Increible…
-        -  Vio? Pero hay montón de testigos de lo que allí se dijo y que declararon en la comisaría y ante la psicóloga también.
-          -No me lo puedo creer.
-          -Pues créaselo, que de eso iban hablando las que oyó.
-          -Pero, ¿y cómo es que apareció la Evita así como así en el pueblo y nadie se dio cuenta?
-          - Ah, eso no lo sé, por eso es que resulta tan misterioso. Muchos dicen ahora, después que pasó todo, que la habían visto a la mujer por allí y que  les recordaba a alguien conocido, pero por entonces ninguno dijo “es la Eva”.  Las viejas que van todos los días de compras para gastar horas, dicen que la vieron como a  cualquiera, varias mañanas seguidas haciendo la fila, soportando el maltrato y la espera, pero que nunca se bajó la capucha del buzo ni se dio a conocer hasta la mañana  en que comenzó a hablar. Y ahí la reconocieron. Los más, salieron disparados. Pero algunos pocos, de esos que son bien curiosos -y usted sabe que acá sobra gente así, capaz de quedarse parado frente al cerro que se le cae encima sólo por ver qué es lo que el cerro hace para aplastarlos-, esos y algunos embobados admiradores de la Eva, se quedaron.  Y escucharon todo.
-         -  Mire usted. ¿Y yo dónde estaba que no me enteré de nada?
-          - Ah, no sé, eso fue muy comentado.
-          - Caramba, de qué me perdí... Qué manera de ver pasar la vida sin enterarse una…
-          - Pst…
-          - Y ahora ¿cómo me hago del nombre de algún testigo que quiera contarme lo que allí ha pasado?
-          - Vea, creo que la Chini del Samuel  estaba. Pero han ido de la radio a pedirle reportaje y no ha querido hablar. A mí el que me contó todo lo que sé, fue el oficial que tomó las declaraciones en Comisaría. Es uno que viene siempre a por sus choricitos los sábados cuando está de guardia y le gusta alardear de tanto trabajo que tiene.
-          - ¿Cuál?
-          - Ese que viene los viernes de la ciudad, ¿lo ubica? El de los anteojos negros, farolero él.  Gordillo se llama.
-          - Ah, sí. Pero es medio mentirosito el hombre, dicen…
-         - Sí, pero esto lo tiene todo puesto por escrito. Si hay un expediente y todo.
-          - Y usted dice que lo encuentro en sábado? A Gordillo, digo…
-         - Si, llega los viernes y se va los domingos. Pero si lo va a querer entrevistar, mejor que sea el viernes a la noche o el sábado a la mañana. Después del mediodía del sábado ya no está de humor. Y el domingo, mejor no cruzárselo, anda que se lo lleva el diablo.
-          - Ajá.
-          - Mire, mejor vaya de mi parte, diga que yo la mandé. Secreto de sumario no ha de haber, si no hay crimen ni delito en lo que pasó. Es asunto de aparecidos nomás, sin víctimas.
-          - Y por qué fue a parar todo a la Comisaría entonces?
-          - Porque a la Ermelinda le dio por denunciar el asunto como acoso de algún vecino bromista y dio nombres de testigos que allí estaban. Así que al tipo no le quedó más que llamarlos a declarar.
-          - Ah…
-          - Y va que todos dicen que era la Evita misma en persona! Encima la voz. Esa voz, no hay dos iguales.
-          - Y no.
-          - Dizque resonaba en  el galponazo como si estuviera hablando con micrófono. El susto que se llevaron las chinitas que trabajan ahí.
-          - Y no es para menos….
-          - Encima que dicen que la cosa era para ellas. Que la Evita estaba enojada porque todas están en negro. A más,   en edad de ir a la escuela…
-          - Cinco siglos igual…
-          - ¿Cómo dice?
-          - Nada, nada, pensaba en voz alta… ¿Qué me decía usted?
-          - Ah, que dicen que la Evita se apareció por lo de las chinitas que debieran ir a la escuela y están desde las ocho de la mañana y hasta las doce de la noche sin parar, cargando y descargando mercadería, atendiendo gente y todo por la misma plata.
-          - Un espanto, ya lo sé. Y entonces ¿se vino con los del Ministerio de Trabajo la Evita?
-          - No, dicen que andaba sola. Pero parece que el susto que se llevó la Ermelinda fue grande. No quiere saber nada de tener las chinitas allí trabajando. Las mandó a la escuela y la madre anda como loca porque no las puede vigilar. Encima que le entra menos plata, aguantar la pensadera de que se las vayan a embarazar…
-           - En la vida, todo son problemas, eh? ¿Y las mocosas vieron todo?
-          - Parece que sí, pero no quieren contar nada. Lo mejor es pedirle a Gordillo que le deje ver el expediente que tuvo que armar. Andaba furioso por el trabajo que le hicieron tomar para que no pase nada. Porque, dígame, ¿qué puede pasar con eso? Nada.
-          - ¿Usted dice que me dará bolilla? Mire que yo no lo conozco.
-          - Usted vaya de arte mía y digalé que es para algún diario de la Capital o alguna revista de interés científico. Le gusta la fama al chango. Aunque le va largar el “a mí no me nombre, no me comprometa”, le gusta el candelero. Y además, así se le va la rabia. Al menos, no escribió todo lo que escribió de balde…
-          - Claro, no es mala idea. Bueno don Pancho, me he quedado helada. De verdad, no se ría, si no fue usted, fue el invierno, que se vino bien frío este año.
-          - La verdad que sí, la hemos pasado bien negritas todos, que no?
-          - Ni que lo diga. Haga el favor y véndame tres de esas morcillitas que calientan hasta el alma. El sábado me caigo por la comisaría a ver qué pasa y después le cuento.
-          - Meta…

 (Continuará... en la Segunda Parte. Mañana si hay internet.)
 
(1)En los Valles se le llama “La Ciudad” a la capital de la provincia.
(2)”Borigen” o “Boringen” o “Borinque” provienen de “aborigen”, término que reemplazó a “Indio” o “indígen”. Si bien el término “indio” es el más usado en la zona para designar a personas que pertenecen a las comunidades originarias, en una época se lo consideró peyorativo y en las escuelas se empezó a usar el término “aborigen”. De allí que los propios niños llevaran a su casa la novedad y entre todos, un poco en broma y un poco en serio, comenzaran a llamarse unos a otros de esta manera, deformándose el vocablo y dando lugar a un sinnúmero de apodos y sobrenombres.




© 2016 Adriana Gaido-©Fotos: Rufino Mario Lucero - © 2016 Ediciones de la Casa del Quetupí, El Mollar, Tucumán, Argentina.

ISBN 978-987-42-1534-5


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