martes, 20 de septiembre de 2016

UNA CRISIS DE IDENTIDAD

 Los relatos fantásticos que componen esta colección se sitúan en los Valles de Tafí, Tucumán, corazón de la Patria  Argentina. La autora de estos relatos tiene la suerte de vivir en El Mollar. Desde la Casa del Quetupí,  se atreve a contar lo que sueña a veces en uno de los lugares más bellos del planeta. Ni falta hace que se diga que cualquier parecido con hechos y personas, es mera coincidencia.Por las dudas: todo es ficticio y cualquier parecido con la realidad es producto de las elucubraciones del lector, ya que la autora considera que todo lo que vivimos es casualidad pura. 



Después de varios días soleados, transparentes y cálidos, ha llegado una cerrazón de esas que son el terror de las amas de casa que no han lavado la ropa de la semana. Lo que en otras latitudes suele llamarse neblina o niebla,  cubre todo el valle y mucho más el lago. 

 
        Un día de cerrazón, o dos, no le hace mal a nadie. Permite a los peces descansar del acoso de los pescadores y facilita el encuentro con el Mollarito, el monstruito melancólico que vive en el fondo del embalse.
        Dispuesta a aprovechar la ocasión como si no hubiera otra, alquilo un botecito y calculo cuánto necesito remar para llegar cerca del centro geométrico del pantano oscuro, si es que eso existe y es posible.
       No se ve nada, nada se mueve.
       El agua es un espejo y el bote se desliza rápido, sin resistencias. Cuando supongo que ya estoy donde debo estar, vana ilusión humana de siempre, largo los remos y  la barquita se hamaca, adormecida, con los remos a los lados. Echo la cabeza atrás, me recuesto y digo en vos alta la fórmula mágica que se enseña secretamente en los recreos de  la escuela:
               “Mollarito, gran lagarto, no me tires de la barca,
                 trátame con simpatía,
                 que está muy honda esta charca.
                Mollarito, buen amigo, muéstrame tu bella estampa,
                aquí traigo el pan de anís
                 que hizo para ti la mama.” (1)
       Mientras, voy tirando migas de pan de anís lo más lejos posible de la borda, para atraerlo con el olor.
    Ya me voy quedando casi sin pan, cuando  se oye un chasquido unos metros a la izquierda. Sospecho que el monstruo ha sacado su cabeza del agua. Una estela y un suave golpeteo de olitas en la madera del bote, anuncia que se acerca siguiendo el rastro de migas.
       Es él. Aparece con su cabeza pelada, redonda y brillante por encima de la borda. Le corto pequeños trocitos de pan y se los doy  de a poquito para que no se atragante ni me los escupa (soy de estómago delicado cuando se trata de monstruos).
       Cuando acaba de comer, le digo:
       -¿Qué hay Mollarito, amigo? ¿Qué se cuenta?
       - Ahí andamos, pues. Día triste.
       - Cerrado, cuanto menos.
       - Sí. Día para añoranzas. ¿A usted no le pasa?
       - A veces.
       - ¿Y a quién extraña?
       - Mmm… Depende. A veces personas o lugares… Puede ser que extrañe gestos también, o sucesos... Según el día, el clima, el cansancio. O los acompañantes y los vinos que uno se tome... Y usted, ¿a quién extraña?
       - Ese es el problema. Que no tengo a quién ni dónde ni qué. Me han quitado ese derecho, me cacho en mi mala suerte.
- Epa!  ¿Y cómo es eso?
- Es que… ¿No lo sabe acaso? Yo no soy de acá. A mí me han traído siendo huevo y así me echaron al agua ni bien inauguraron las obras de inundación del valle. Ya ve: huevo llegué…
- Entonces es nacido acá…
- Ajá. De mi huevito he salido entre los barros del fondo de este lindo ojo de agua. Soy bien tucumano, si eso quiere decir Y a mucha honra.  Nunca negaría mi tucumanancia.  Pero el huevo en el que llegué, fue puesto en otra parte. Mi madre y mi padre no son de por aquí.
- Ah, mire. No sabía eso.
        - Vio? Yo tampoco.  M e enteré casi de casualidad, cuando empecé a pedir que me dejaran ir de visita al fangal familiar. Ellos son escoceses, sabe? De Escocia. Y eso está lejos…
         - Uf, ya lo creo…
          - Así es. Me enteré porque el Sr. Delegado Comunal tuvo la amabilidad de venir a verme hace unos meses, durante las lluvias largas, cuando yo pasaba por la mayor depresión de mi vida.
          - ¿A usted también lo deprime  la lluvia?
          - Digamos que… la lluvia aumenta la presión del agua en las profundidades y eso por alguna razón me tira para abajo, me descompone todo el biorritmo…
          - Suena lógico, aunque triste. Y entonces, vino a verlo  el Delegado.
         - Sí. En realidad vino por las quejas. Los turistas, vio? Gente de paso con el alma en otra parte, que no comprenden que los días no son todos iguales. Fueron a quejarse porque habían venido de lejos exclusivamente a tomarme fotos, y yo no les aparecía. Dijeron que se pasaron días y noches de guardia,  sin que siquiera asomara la cabeza. Como para fotos andaba yo en esos días…
        - Caray. Qué situación...  Gente insensible.
        - Bueno, ahora que lo pienso, algo de razón tenían. Yo no estaba cumpliendo con lo mío según lo establecido por convenio. Pero es que uno también tiene sus días malos.
        - Claro, hombre, mire si no…
        - No soy hombre.
        - Es un decir. Sin ofender.
        -  No, si no me ofendo. Quiero decir que no soy macho.
        - Ah, disculpe doña, es que es difícil saberlo sólo por la cabeza….
         - Tampoco soy hembra. Ni una cosa ni la otra. Técnicamente, soy un híbrido de producción masiva por clonación. Así como lo oye.
               -Lo parió…
         - Sí. Made in Scotland, doña. Directamente remitido, en forma de huevo, de los Laboratorios ‘Giles of the Sciences’,  construidos en las orillas del Lago Ness.
            - Aaaah, pero entonces. ¡Usted es hijo de Nessie?
       - Así parece. Supongo que es mi padre. Por lo menos quién puso los genes… Es lo que me contó el Delegado que le han dicho sus antecesores, eh? Dice que le dijeron que el huevo lo compraron en oferta en los setenta, antes de inundar el valle, con la idea de tener una atracción para fomentar el turismo. Claro que él no sabe quiénes son mis padres, pero sí tiene el certificado de compra. Y el huevo salió  del Lago Ness. De todos modos,  yo nací acá y porende
     - ¿Dijo “por ende”?¿Lo escuché bien?
     - Sí, lo dije porque el Delegado usa mucho esa palabra en sus discursos. Me dij así, lo recuerdo perfectamente: ‘por ende, usté, Don Mollarito, es más tucumano que una humita simoqueña.’
     - Faaaaa! ¿Qué tal? Por ende, es más criollo que una empanada árabe…
     - Ja ja, vio? Acá somos todos un poco así…  Ojo, que yo me siento muy de acá, eh? Yo no ando despreciando, que va… Si este es mi hogar, de eso no quedan dudas.
    - Claro.
    - Este lago es mío, como bien dijo el Sr. Delegado, es todo mío y si andan los pescadores detrás del pejerrey,  es porque yo les dejo, eso dijo. Y si andan los de los kayaks, es porque yo les dejo. Y los de los veleros, que son los que menos molestan, andan porque me gusta ver  pasar las velas infladitas, como mariposas de agua.
    - Mire usted.
 
    - Yo no tengo ningún resentimiento con mi pantano. Estoy muy bien acá. Pero, como le he dicho al Delegado, sin desmerecer la tucumanancia que se me ha otorgado, que con honor y responsabilidad de mi parte llevo, para dejar el nombre de estos Valles bien alto, que es donde se merecen estar, sin despreciar otras regiones, claro está, pero uno tiene también necesidad de conocer su origen, su familia, su parentela, sus parecidos con los primos, sus historias de familia, que no?
       - Y claro, más bien que sí… ¿Y qué le ha dicho?
       - Pensó un rato y contestó: “Tiene razón Don Mollarito. Donde hay una necesidad, hay un derecho.”
        - Muy bien. Y es así nomás...
         - Así que, dijo, si yo necesito conocer a la familia, entonces tengo mi derecho de saber quién soy, de donde vengo, por qué ese huevo y no otro fue el elegido para venir aquí.
         - Claro.
          - No es cierto? ¿Por qué yo y no cualquiera de mis hermanos? ¿Por qué no trajeron más de un huevo? Digo, para tener compañía y no morir de aburrimiento a treinta metros de profundidad, sentado frente a una cancha de fóbal hundida donde ni las percas tienen el detalle de meter un centro cada tanto,  hacer unas gambetas, armar un partidito, patear unos penales con esas pelotas que cada tanto se les escapan a los muchachos y vienen a parar al fondo del lago... ¿Sabe lo deprimente que es sentarse frente a una cancha de fóbal eternamente vacía y llena de agua?
        - Nunca probé, pero me imagino.
        - Uf, ni vale la pena que se ponga a probar, yo le digo que es  muy feo. ¿Sabe lo que es vivir rodeado de casas donde nadie vive y calles por las que nadie pasa? Con árboles que perdieron sus hojas un otoño de hace cuarenta años y que no han vuelto jamás a recuperarlas... Y ni un perro de aguas ladrando cuando uno pasa o levantando la pata para entretenerse mirando... Nada. Todo agua. Y los ojos de los peces mirando como uno sufre…
       - Triste. Muy triste…
       - Antes, hace mucho, pero mucho, eh?,  algún buzo bajaba cada tanto. Andaba, recorría, controlaba que todo estuviera en su sitio,  me saludaba de lejos, con algo de miedo tal vez, pero era un entretenimiento para mí, no le parece?
      - Y sí. Como quien le pone un sonajero a un bebé.
      - Sí, era compañía, aunque no se crea. Después, reconozco que yo me sobrepasé un poco.
      - ¿Por?
      - Pavadas… Fue cuando me convertí en  un adolescente impetuoso y me dio por correrlos ladrando,  para divertirme nomás… Hubo algunos chismorreos en los diarios y en la tele, no sé si recuerda... Igual, mienten si dicen que lastimé a alguien. No va a encontrar quejas de eso, nunca provoqué daños en la propiedad o las personas. Nunca. Era puro juego, nomás. Y además, los muchachitos que vienen en el verano hacen más destrozos en una semana que yo en toda mi vida,  o no?
       - Ni falta hace que lo diga…
       - Hace añares que nadie baja. Eso también se lo dije al Delegado. Andan con los botes y las cámaras y uno no siempre está con ganas de salir a tomar frío. Hay que entender que los años no pasan solos.
      - Disculpe, me quedé en un detalle anterior: ¿Usted ladra?
      - Sep. ¿No sabía? Escuche.
          Lanzó un corto de ladridos breves y algunos aullidos largos finales que se perdieron entre los cerros, más allá de la cerrazón.
       - ¿Y cómo es que ladra?
       - Supongo que en el laboratorio hicieron alguna cruza genética con perros para mejorar la especie. Usted que tiene acceso a internet, ¿no sabe si los del Lago Ness ladran?
      - Ni idea. Tampoco tengo internet. Pero nunca escuché decir tal cosa. Son más bien mudos.
      - Entonces es cosa de los doctores esos. Debe ser para que resultemos menos terroríficos, más parecidos a una mascota.
          - Puede ser. El silencio de lo monstruoso es horrible. No lo digo por usted, sino por las sospechas que levanta lo que se oculta tras el silencio, mentiende?
           -  Claro, usted dice  por lo de perro que ladra no muerde, no?
           - Y aparte de ladrar, ¿qué más hace usted?
            - La verdad, ya ni ladro. Me han sacado las ganas con tanta foto y tanta porquería que tiran al agua. ¿Hay necesidad de ser tan sucios? ¿No piensan que uno vive allí abajo y no tiene por qué recibir todas sus porquerías? Estoy medio en rebeldía por eso de la mugre desde hace un tiempo…
           - Suena justo…
            - Así que me quedo en el fondo, duermo mucho, no subo. Me aburro, no le voy a negar que me aburro pero estoy enojado con la mugre. A veces converso con algunos navegantes, con algún pescador viejo, pero hasta ahí…. ¿Qué más pretenden de mí? Hace cuarenta años que estoy solo, tratando de entender a los pocos humanos y  animales con los que me cruzo. Yo tengo necesidad de una familia, tengo derecho a conocerla.
           - Claro, quién lo va a poner en duda…
            - Nadie lo pone en duda, pero tampoco se les cae un peso del presupuesto para pagarme un viajecito a Escocia.
           - La Delegación no tiene fondos para eso, me parece…
            - Ni se me ocurriría que la Delegación… No, yo digo por la Provincia, la Nación, no sé,  el Inadi, alguien. Ya me lo aclararon: haría falta un avión militar. Y eso que  mis padrinos eran generales, eh? Pero no hay caso, a nadie le interesa la soledad del monstruo. Como si fuera una cualidad esencial de lo monstruoso el estar solo. ¿De ande?
           - Tiene razón, es una injusticia.
           - En fin, por lo menos usted me entiende. El Delegado también. Él quiere que me reponga, que viaje, que vuelva cargado de energías para ladrar a la luna llena cuando hay claros en verano y el lago se llena de botes y pescadores. Que traiga historias para contar.  Eso atrae a la gente, yo lo sé bien. Tonto no es el hombre. Ni desalmado tampoco. Pero ¿qué puede hacer él con tanta burocracia?
       - Y  ahora con los ajustes en la administración pública, olvídese. Dudo que se decidan a pagar un pasaje oficial. Mucho recorte, mucho despido. El funcionario que le ponga la firma a lo suyo, seguro vuela del cargo. No es que usted no se lo merezca, eh? No vaya a pensar que yo… No, si es un derecho suyo, pero es que así están las cosas…
      - Y sí. Eso me dicen todos, pero mientras tanto, acá sigo encerrado… Deprimido, solo, muriéndome en este lago barroso cada vez más lleno de  basura, sin poder darle un abrazo a mi madre, a mis hermanos. No es justo.
     - No. No es justo.
     - Iba a hacer una huelga de hambre, pero hay que ver que eso no es cosa del interés de nadie. ¿A quién le va a preocupar un monstruo que hace ayuno? Así que me parece  que voy a empezar por algo más liviano.
    - ¿Por ejemplo?
    - No sé,  trabajar a reglamento… No lo tengo muy claro todavía. Tendría  que averiguar qué dice el Reglamento de los Monstruos de Lagos y Afines. Pero nunca tuve uno a mano. ¿Usted no podría sacarme una copia de internet y en la próxima cerrazón yo la espero acá mismito? Eso sí: me lo va a tener que leer, porque yo nunca aprendí.
     - Tendría que ver si existe y si lo puedo encontrar. ¿Usted dice que en gugle está?
     - Ni idea. Pero no dicen que en internet está todo?
     - A veces sí, a veces no. Depende de que a alguien le interese y lo cuelgue en la red para que otros lo lean. Y un reglamento de monstruos, no sé a quién puede interesar…
    - Le entiendo. No somos importantes.
    - No  lo tome así, hombre… ¡Qué sensible está!
    - ¿Y cómo estaría usted en mi lugar?
      - Tal vez peor… Mire, le prometo algo: voy a investigar todo lo que pueda y voy a volver. No sé cuándo podrá ser eso, pero voy a volver con alguna solución. Téngame paciencia y espéreme un poco más. No se me desanime.
        - Está bien. Le tomo la palabra.
        - No se preocupe. Volveré, volveré… Mientras tanto resista con aguante, chamigo, no sea tan flojo. Que no es usted el único que la está pasando mal. Y ahora tengo que irme, se me acaba la hora de alquiler y no estoy para andar pagando minutos restantes.
        - Está bien, lo entiendo, no se crea que  no lo entiendo.  Acá no habrá bancos, ni sueldo, ni trueque, ni dólares, ni deudas, pero igual lo que hacn con la economía nos afecta a todos. No se crea que porque uno aquí está al tope de la cadena alimentaria, no le afectan las medidas antipopulares. ¡Qué va! ¿Sabe cómo se resiente todo por acá? Si hasta pareciera que crujen las paredes del dique.
        - De hecho, parece que crujen en serio.
        - Eso dicen. Pero las paredes se arreglan con cemento y piedra. En cambio, lo agujeros del alma en la vida de uno no se acomodan con barro nomás. Sé que muchos pensarán que me quejo de lleno, pero no sólo de pan de anís vive el Mollarito.
         - Le entiendo perfectamente,  créame. No le voy a decir que me pongo en sus zapatos porque eso sería imposible y sonaría a burla. Ni ahí me atrevería,  pero quisiera ayudarlo.
        - Gracias.  
        - Confíe en mí: voy a investigar lo suyo y vendré con resultados. Y usted después verá qué hace con eso. Antes del verano, algo en limpio vamos a sacar.  Creo yo...
        - Es usted una optimista.
        - Sí, una optimista histórica que le dicen… En fín, se me hace tarde. Se vemo, Don Mollarito. Buena pesca.
-          No se pierda, eh?
-          Ni ahí!
           Mientras remo con toda la energía de que dispongo para llegar al embarcadero a tiempo, impelida por el temor a tener que pagar de más, pienso -como para no sentir el dolor en los brazos y la tensión en la cintura-,  en lo triste que resulta la vida de algunos seres y las de otros también, por causa de la insensibilidad de los gobernantes.   
          Piso el muelle apenas un minuto después de lo previsto, feliz de no tener que pagar recargos, me pregunto cómo me las arreglaré para cumplir con mi promesa.

Ahora, sin compromiso: ¿Alguien sabe dónde puedo conseguir un Reglamento Laboral, Régimen contractual o Convenio Colectivo de Trabajo para Monstruos de Lago o cualquier clase de Monstruos?
                                    
 Cualquier información será de gran utilidad en esta causa que tampoco tiene por qué ser una causa perdida.    
1.- Cierto es que no tengo ya mi mama para amasar el pan, pero al bicho, eso,  no le importa nada. Mientras sea pan de anís fresco, como el que vende Juan frente a la Terminal, por ejemplo, se lo come y aparece de buen humor para conversar con el que se lo regala.

 


© 2016 Adriana Gaido-©Fotos: Rufino Mario Lucero - © 2016 Ediciones de la Casa del Quetupí, El Mollar, Tucumán, Argentina.

ISBN 978-987-42-1534-5

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