Los relatos fantásticos que componen
esta colección se sitúan
en
los
Valles de Tafí, Tucumán, corazón de la Patria Argentina. La autora de
estos relatos tiene la
suerte de vivir en El Mollar. Desde la Casa del Quetupí, se atreve a
contar lo que sueña a veces en uno de los lugares más bellos del
planeta. Ni falta hace que se diga que cualquier
parecido con hechos y personas, es mera coincidencia.Por las dudas: todo es ficticio y
cualquier parecido con
la realidad es producto de las elucubraciones del lector, ya que la autora
considera que todo lo que vivimos es casualidad pura.
Hoy temprano me fui hasta la
panadería de ModoQuasi a verificar cierta historia
fantástica que me contaron en la “Casa de Piedra”.
Empecemos con ModoQuasi:
es un hombre simpático y desdentado, con una panza prominente
y caída, literalmente una especie de salvavidas inflado que le rodea las
caderas, por debajo de la cintura, a punto de desbarrancar cuando camina y que
se mueve de manera elástica arriba y abajo, abajo y arriba, mientras sacude la masa sobre el mesón
enharinado al ritmo de las cumbias de la radio.
Tiene fama de ser el mejor gaznatero de la zona.
Desde toda la provincia -y más allá- llegan los viajeros a comprar sus
rosquetes, empanadillas y gaznates rellenos de dulce y cubiertos de azúcar
crujiente. Dicen en el pueblo que no hay confituras como las que ModoQuasi
fabrica, en especial los gaznates, que han enmudecido de placer a políticos, artistas
y otros famosos que visitan la zona y los recomiendan especialmente.
Claro que ModoQuasi es un apodo y tiene su nombre que no diré.
El apodo, dicen, se lo puso un forastero que pasó por aquí como operario de una empresa de cableado telefónico. Dicen que una
noche de vinos alrededor de las brasas y a raíz de esa especie de joroba
que crecía adelante y abajo, en lugar de atrás y arriba. Lo que no dicen es que suena a homenaje al famoso
jorobado francés de Victor Hugo, porque la mayoría de los que adoptaron el
mote no tiene ni idea de quién es el Quasimodo original ni sospechan sus
raíces etimológicas.
Pero todos llaman así al feliz
panadero que no se siente ofendido cuando le saludan: ‘¿Qué hay Don Modo?’
(Él si sabe que su nombre es la inversión del
de un famoso campanero de París y que el chiste se debe a su panza. Además, como es muy católico, a
veces hace confituras especiales para clérigos que supieron contarle lo de la liturgia de Pascuas que se iniciaba, en latín, con el introito “Quasi modo geniti infantes…”(1). Eso
sólo alcanza para que sienta su orgullo y me ha dicho él mismo que
la inversión quiere decir ‘como casi’. Con una sonrisa desdentada suele aclarar
a quién pregunte: “Es que tengo ‘como casi’ una
panza de diferencia con el resto del pueblo”, y sigue aporreando
hojaldres sobre el mesón de madera donde su hijo y un ayudante fornido cortan
facturas, moldean bollitos, pinchan tortillas, pincelan con manteca las
palmeritas o rellenan empanadillas, alfajores y gaznates.)
ModoQuasi es un hombre feliz, de cabellos rojos como su
antecesor jorobado y un ojo de vidrio del mismo color que el otro, aunque un
poco más inmóvil. No es que sea un defecto muy notable, es una artesanía bien
hecha, pero después de un rato de conversación, comienza a notarse la
inmovilidad del artificio. Sobre todo si conversa mientras trabaja, pues eso le
obliga a mirar al interlocutor y a la masa alternativamente, con lo que el ojo
se queda en una o en el otro más tiempo del necesario.
Aunque el parecido físico con el modelo francés es asombroso, ModoQuasi es mucho
más feliz que el otro. Tiene una familia enorme, con muchos hermanos, cuñados, sobrinos,
hijos y nietos. Su ‘Esmeralda’ se llama Clara y es una mujer regordeta y
muy activa que, desde la mañana a la noche,
menea su delantal tendiendo la ropa cerca de la pared del horno para que seque más rápido,
revolviendo en su olla gigante el dulce de leche o de cayote con el que rellena
o embadurna las confituras o tortas 'por encargo'. A veces se la ve pelando y rallando choclo para la humita,
desparramando cenizas del horno sobre el yuyal para aminorar su crecimiento,
poniendo inyecciones a los vecinos, tejiendo para la prole.
Modo Quasi tiene bien puesto el nombre: su destino parece ir de contramano con
el de su par francés. A simple ojo de buen catador de vida, se diría que no va a morir de amor o de necesidad,
ni fue abandonado a su suerte ni su fealdad lo obliga a escapar de la mirada y
las pullas de los vecinos.
Muy por el contrario,
ModoQuasi pasea su panza como presidente del Club Deportivo Las Bellas Luces
por todas las canchas de la comarca. Y eso que no son pocas.
En el Valle hay
veinticuatro clubes de fóbal. Uno por cada hora del día. Dos por cada mes del
año. Y todos tienen su cancha más o menos horizontal, más o menos tapiada, más o menos cubierta de pasto.
En los torneos regionales, ModoQuasi es toda una institución. Respetado
por su criterio a la hora de resolver situaciones conflictivas, su generosidad
para con los jugadores de todos los equipos, su reverencia hacia la labor de
los árbitros y su empeño en incorporar a las mujeres a la práctica de tan noble
deporte, gana elecciones sin siquiera insinuar su candidatura. Y si no ha sido
aún nombrado Delegado comunal, no es porque sus vecinos no lo quieran en ese
puesto, sino porque él mismo, en su humildad, considera que ‘eso es para gente que sabe, yo soy panadero y en todo caso,
entusiasta del fóbal, nada más.’
Esta mañana, tempranito, mientras un ayudante le cebaba mate y su ojo sano se disparaba a todas
partes como enloquecido, me le animé:
-
- Dígame Don Modo, ¿es cierto el cuento que
le adjudican?
-
- ¿Cuál de todos?
-
- Ese del laberinto y el hombre sapo que
usté venció a mano pelada.
-
- Juaaaaaaa! – se río y el diente único le bailó en la boca- ¿Así se lo han contado? Mire que son mentirosos estos
changos, eh?
Sigamos con el Hombre Sapo
-
¿Pero no se metió usted en unos túneles
que hay en el Cerro del Pelado?
-
- Sí.
-
- ¿Y no estuvo sin salir tres días?
-
- ¿Tanto fue?
-
- No sé, dígame usted.
-
- Yo creo que fue una noche nomás, que
siguió a una tarde. Pero tampoco tenía modo de llevar la cuenta exacta.
-
- ¿Y
peleó o no peleó con un hombre sapo?
-
- ¿Hombre Sapo? ¿No está un poco grande ya
para creerse esas cosas?
-
- Bueno, es lo que me dijeron arriba…
-
- ¿Los remiseros?
-
- Sí…
- - Esos pasan muchas horas al sol sin hacer
nada. Tienen por entretención tomarle el pelo a los forasteros.
-
- Pongalé. ¿Y entonces cómo fue?
-
- ¿Lo de los túneles?
-
- Sí.
-
- Uh, eso fue hace pila de años, en la época de los militares. Yo era un
pibito…
-
- Ajá.
-
- Estaba haciendo la concrición. Obligatoria era, se acuerda?
-
- Sí.
- - Que si no era obligatoria, ya me iban a
agarrar a mí… Mi papá hizo una trámites y regaló muchas empanadillas para conseguir
que me dejaran acá cerca.
- -
Ajá.
-
- Eran épocas malas. Andaba el loco Bussi haciendo el ‘Rambo’ por toda la provincia y viendo
subversivos hasta debajo de las piedras.
- -
Ah, en esa época?
-
- Y sí. Zafé de ir a Malvinas por un pelito.
-
- ¿Y lo de los túneles como fue?
-
- Eso… Locuras de esos milicos borrachos.
–hace una pausa para dar indicaciones, atender un cliente y chupar un mate;
cuando regresa a la historia parece apurado por sacársela de encima- ¿Ustéd sabe de los túneles que hicieron los jesuitas en los
tiempos en que el diablo perdió el poncho por acá?
-
- Sí, sé. Bah, me comentaron, pero nunca los
fui a ver.
-
- Ni se moleste porque no los va a
encontrar. Esos túneles nacen en la
iglesia vieja que está para el otro lado
del Cerro, por el camino a Ovejería. Eso era todo la Estancia de los Frías Silva, que
llegaba hasta este lado del Valle, pero por atrás del Pelado. Dicen que ellos,
que se quedaron con las propiedades de los curitas cuando el rey los echó, los
encontraron ya hechos.
-
- Sí, eso me han dicho.
-
- Nunca se tomaron el trabajo de cerrarlos, por las dudas los precisaran alguna vez. Parece que los jesuitas se los habían hecho construir a los
indios, que no? Mire si ellos iban a agarrar la pala...
- Claro.
- Vaya a saber para qué querían esos pozos... Algunos viejos dicen que sus abuelos contaban que buscaban la salamanca donde vive el diablo para darle una paliza. Pero, para mí, eso era lo que
ellos les decían a los indios para hacerlos cavar. Otros malpensados dicen que buscaban o guardaban oro ahí dentro, o que
escondían armas y secretitos. Montón de gente anduvo revolviendo, pero que yo sepa nadie encontró nada.
- - ¿Y son muy largos?
-
- No sé.
Decían que llegaban a la cima, donde está la cruz. También que al despeñadero
del otro lado, que son como tres kilómetros o más. Que se entraba por el aljibe y se salía en la capilla de Las
Carreras que está bien lejos. Quién sabe. Es todo cuento nomás.
-
- Pero los túneles, ¿existen o no?
-
- Mire, algo hubo, porque a mí me tocó entrar bastante en un aujero en la
tierra, por abajo del altar de la Iglesia Vieja. Pero hasta donde llegan, eso
no le sabría decir.
-
- ¿Y cómo fue que se metió ahí usted?
- - Yo tenía un capitancito bastante ambicioso y le dio por querer hacer galones para el
ascenso. Empezó a hacerles decir a los de por allí, que son bastante
asustadizos y bocones, que se veían luces en el Pelao, que se oían
ruidos subterráneos, que se escuchaba golpear de noche dentro del cerro. Después apareció con que
había gente que había confesado que entraba y salía por los túneles para ahorrar camino. Todo cuento armado
por él y desparramado por sus sargentos y cabos, que eran bastante jodidos. Y ya cuando le pareció que era hora, le
mandó a decir al su comandante que eran
guerrilleros que andaban yendo y viniendo por lo túneles como
los chinos esos de Viernam, se acuerda?
- -
¿Cómo los vietcongs?
- - Sí, no sé como se llamaban. Esos chinos de por ahí que
hacían túneles como los topos. Bueno, el caso es que jodió y jodió y empezó a
decir que había pobladores que los veían ir y venir, que llevaban y traían
armas de Catamarca y no sé cuántos bolazos más. Hasta que un día lo mandaron investigar, que
era lo que él quería. Parece que pensaba encontrar oro o algo
así. El tipo eligió unos cuantos concritos, entre los que tuve la suerte de caer, y nos
hizo meter por debajo del altar de la iglesia, que es donde se ve flor de boquete. Dicen que de allí se podía entrar a los laberintos para llegar a la
cima.
-
- ¡Entonces era cierto lo de los túneles!
-
- Hasta ahí sí, por lo menos abajo del altar había una entrada y se veían unos metros para adentro. De los cinco que eligieron, tres nos
conocíamos de antes y confiábamos uno en el otro: el Sordo Vigía, el Silverio Diez, pro el menor de los Silverios Diez, no el más grande que ya ha
fallecido y dios lo tenga en la gloria jugando a las cartas, que era lo que más
le gustaba en la vida. No, el menor que ahora es albañil.
- Da igual, no conozco a nadie.
- Bueno, y yo era el tercero de los de acá. Había uno más de Famaillá que le decían 'Pedito' y otro de Concepción, que se quedaron de
imaginaria afuera. Nosotros tres, por ser de la zona, teníamos que bajar porque se suponía que conocíamos más de piedras y esas cosas. Pavadas. Yo nunca he subido a un cerro en todos los años que tengo, vea... El caso es que nos dirigía un
Sargento que nos alumbraba desde atrás y estaba todo cagado y al que decidimos
no escuchar porque ya se sabe que jefe asustado, no sirve pa nada.
-
- Y no…
- - Encima, se les ocurrió arrancar de tarde, después de mediodía. Se suponía que debíamos haber entrado de madrugada, cosa de
tener todo el día para maniobras si había algo que ver o sacar.
-
- Suena lógico.
- - Pero así son los milicos- Acomodan a su
antojo las cosas y si uno levanta la cresta para decir algo, enseguida te
acusan de miedoso. Así que resignados a la suerte que nos tocara en manos de
aquellos brutos, nos adentramos unos treinta y seis pasos que el Sargento nos
mandó contar en voz alta para ver cuándo se perdía la voz. En esa época, había quién decía que andando setenta
y siete pasos para atrás se llegaba a una salamanca de esas donde el diablo se disfraza
de gallo.
-
- Usté ha visto ‘Nazareno Cruz y el lobo’,
no?
-
- Claro! – se persigna- ni me lo recuerde. Ese diablo sí que metía miedo, con esa voz de santito maricón…
- - ¿
Y había salamanca o no? En el túnel, digo…
- -
No sé, porque nunca llegué a contar
setenta y siete. Además entramos de
frente y con la cruz del rosario que nos colgaba del pecho, por delante. No íbamos a andar arriesgando la vida o el alma por
la curiosidad de un capitancito que ni conocíamos.
- Tiene razón.
- Lo que sé es que a los treinta y seis
pasos oímos una explosión y se empezó a
llenar el aire de tierra. Yo miré adelante y atrás y llamé “Sordo!”, “Silverio!”. Y nada. Todo era silencio y tierra que volaba. ‘Mierda, me dije, acá
anduvieron los suversivos y minaron todo’. El Sordo iba adelante y se me
había puesto que había pisado algo y volado a la mierda. Tenía miedo de que me
cayera algún pedazo de dedo en la cara. Me tocaba para ver si estaba salpicado
de sangre. En eso pensaba nomás. Estaba hecho aca como quién dice. “Silverio”,
dije despacito, “Silverio, ¿tas ahí?”
Yo iba entremedio de los dos y el Silverio venía atrás. ‘Me parece que el Sordo pisó algo y voló a la mierda, Silverio. ¿Tas
ahí?’. No me respondía nadie, carajo.
- ¡qué momento!
- Ni diga, vea... Después supe que no voló nadie y que
no me contestaban porque cuando se desprendió la viga del techo, salieron como
alma que vio al diablo y me dejaron solo. No sé como el Sordo me pasó por al lado sin que me diera cuenta.. Se ve que esa era la tierra que me volaba encima, la polvareda
de la viga y la del Sordo corriendo. Espérese un poquito.
-
- ¿Dónde estaba? Ah, si, la explosión. Se ve
que el Sordo había chocado un parante o tocado algo sin querer y se desprendió
una viga del techo que cayó con una explosión tremenda. Él contó después que
sintió algo que le rozaba la cabeza y le aplastó un pie y salió corriendo para
atrás, dice que pasó por al lado mío y me agarró del brazo para que lo
siguiera, pero eso yo no lo recuerdo. Él le informó así al
sargento y yo no lo iba a andar desmintiendo. Nos criamos juntos, somos
vecinos…
- -
Claro.
- - Parece que después que pasó corriendo, mientras estaba medio abombado todavía, se fue asentando la
tierra, pero seguía todo oscuro. Yo tenía mis previsiones y llevaba vela y
fósforo, pero no me animaba a prender porque tenía miedo que hubiera explosivos.
Así que me quedé quieto quieto hasta que los ojos empezaron a ver cosas en la
oscuridad. Puse la espalda contra la pared y me fui sentando despacito en el
suelo. Y para sacarme el aca de la mente, me puse a hablar solo y a cantar. Yo me
sabía el Martín Fierro casi entero de
memoria. Sí, no se ría, era un prodigio en la escuela: me lo
hacían recitar en todas las fiestas
patrias. Pregunte, va a ver, todavía hay quién se acuerda. Así que ese día
empecé dale que dale, ‘aquí
me pongo a cantar …, que al hombre que lo desvela…, vengan los santos del cielo,
y pirlimpimpin’, meta
gritar el Martín Fierro en medio de la oscuridad y palpando despacito alrededor, a ver si hallaba algún bulto que pudiera ser uno de mis compañeros.
-
- ¡Qué fulero Don Modo! No le envidio nada la experiencia. ¿Y
entonces?
- -
Y entonces me estuve así como nosécuantas
estrofas, una tras otra, hasta que me quedé como adormilado. Después me dijeron
que seguramente se me iba acabando el aire porque
era como si me hubiera apunado. Y no me acuerdo más. Dicen que me sacaron desmayado y
medio muerto al día siguiente, cuando consiguieron remover todos los
escombros.
- - Pero,¿y el hombre sapo?
- -
¿Qué hombre sapo? No hubo ningún hombre
sapo. Lo que había allí eran difuntos. Montones de difuntos viejos, de la época
de los abuelos de mi abuelo, hechos huesos puros ya, sin carnes. Todos
sentaditos contra las paredes del túnel, hablándome para que no me muriera,
diciendo que ahí ya no quedaba lugar para nadie más, que me mantuviera vivo
hasta que me sacaran, que ya venían por mí y que ellos no querían a nadie
más en el túnel porque estaban muy apretados.
-
- ¿Cómo es eso?
-
- ¿Y cómo quiere que sepa yo? Me
desmayé, ya le dije. Y ellos me hablaban que ahí ni loco me podía quedar. Otros
más amables, me pedían que les recitara
y yo les recitaba. Me decían que no me callara, que no era bueno para la salud,
y me contaban sus cosas.
- -
¿Qué cosas?
-
- Cosas que yo me sé y a veces me acuerdo y
que ahora no vienen al caso. La cuestión es que sí es verdad que algunos de los
muertitos que estaban allí se convertían de a ratos en sapitos y me croaban en
las orejas para despertarme. Después me pedían que siguiera el recitado y yo
seguía. Vaya usté a negarse con esa gente. Quién sabe qué enojos podrían tener
con uno si se negara, no?
- -
Y sí.
-
- Y
qué venganzas. Porque los muertos pueden ser muy vengativos. Así que seguía y
seguía, y ellos muy contentos oyendo. Hasta que sentí que me tiraban de las
patas y los vi irse cada vez más lejos, más lejos, los sapitos con los ojos
saltones mirándome, y me dije ‘Sonaste chango,
el diablo te lleva’. Pero no, era el sargento
nomás, que me arrastraba afuera. Y me cacheteaba. Hasta que abrí los ojos y
había aire para respirar.
- -
Qué raro todo, no?
- -
Sí. Suena todo raro. Pero así fue. Como se lo cuento.
-
- ¿Y por qué le adjudican que peleó un
hombre sapo, entonces?
-
- Bah, la gente inventa pavadas. Ya se va a
acostumbrar.
-
- ¿Y no fue más al túnel?
- - ¡Ni loco! Además, el mismísimo gobernador hizo tapar la entrada del altar un tiempo
después. La llenaron de cemento. Dizque por los muertos, algunos. Otros, que
por los peligros de derrumbe. O que por cortarle la fuga a los suversivos, que yo, la verdá, nunca vi
ninguno, ni adentro ni afuera de los
túneles. Pero el caso es que hizo llenar de cemento la entrada de la iglesita. Y
algunos ujeros más, porque cada tanto salen a explorar y encuentran una entrada,
pero avanzan unos metros y topan con el cemento
que les corta el paso. Eso me han dicho. Que donde había puro ujero jesuita,
ahora hay puro cemento.
-
- Como si fuera una gran tumba, no?
- - Si, que no? Suena feo, pero parece así...No se va a caer el cerro, con
tanto cemento, que no?
- Ni que lo diga...
Se quedó un rato pensativo, revolenado los brazos sobre la masa. Después se animó:
- Dicen algunos que allí ha de haber muchos muertos.
Viejos y nuevos.
- ¿Y usté que estuvo ahí que piensa?
- Yo en esa época no quiero pensar. Eran épocas de muchos muertos...
- -
¿Y cómo acabó la cosa? Para usté, digo, lo demás..
- - A mí no me fue tan mal.
Me pasaron a la enfermería, estuve
unos días haciendo sebo y después lo llamaron al tatita. Vino con la mama a verme y no sé de
qué hablaron con el capitán porque me licenciaron antes de terminar el
tiempo obligatorio. Y ya me vine a trabajar acá. Lo que sí sé, es que fui el último que
entró al túnel antes que lo sellaran con cemento. Bah, a decir verdad, con el Sordo y el
Silverio chico, fuimos los tres últimos. Pero el que se quedó allí una noche entera fui yo. Después, nunca más volvió a entrar nadie. Por allí, al
menos es lo que dicen.
-
¡Qué extraña historia!
-
- Sí. Fue raro, pero sin hombre sapo.
- -
¿Y por qué habrán taponado con cemento todas las
entradas? ¿Habrán tirado cuerpos allí?
- Capaz. Con ellos nunca se sabe... Mire, no se crea que
es la primera persona que viene a preguntarme que ví o qué sé. Todos
preguntando por lo mismo. Y a todos les contesto igual: 'yo soy panadero, sabe?
Y cuento mi historia. Nada más. Dicen que la curiosidad mató al gato y por estos
pagos, muertos son lo que sobran'. A veces me da vergüenza, pero uno nunca sabe con quién está hablando y esa gente es capaz de cualquier cosa.
-
- Pero usted, ¿nunca vio nada?
-
- Yo he visto mucho, como todos. Que acá nadie puede decir que no sepa lo que pasó. Pero si todos se callan, yo también. Y ahora me va a disculpar pero tengo que bañar rosquetes. Si no
va a llevar nada, la voy dejando.
-
- Está bien, deme un bollo entonces.Y unos gaznates. Dicen que
no hay como los suyos.
- -
Eso dicen no?
-
- Dicen que han dejado mudo a más de un
charlatán.
-
- Eso dicen. Habría que verlo, no?
Final con gaznates
También dicen que esos
gaznates son capaces de hacer salir al Hombre Sapo que custodia los túneles del
Pelao por orden de los jesuitas hasta
su vuelta.
Y dicen que fue el Hombre
Sapo el que lo mantuvo con vida dentro del túnel, por causa de los gaznates que el conscripto rellenaba
en la panadería de su padre desde antes
de entrar al servicio militar obligatorio. Que el Hombre Sapo fue el
que intercedió para que no lo destinaran lejos de la casa familiar para poder seguir comiendo esos gaznates que spieron hacer cantar a más de uno y que después, se volvieron enmudecedores de historias y de nombres.
Y dicen las malas lenguas,
que sobran en este pueblo, que por mucho que haga el discreto, ModoQuasi sabe más de lo que dice. Que se lo ha visto salir en luna nueva y de
madrugada, por el camino viejo al Tafí,
llevando un bulto misterioso que deja en un lugar del cerro, más allá de 'Ojo de
Agua', por donde se ven algunas cuevas entre las piedras que los lugareños
llaman Saperos Grandes.
Dicen que dicen tantas cosas...
Y entre
las cosas que se dicen, también se dice que si los gaznates de ModoQuasi fueran capaces de enmudecer las malas
lenguas, ya no quedarían historias como éstas en el pueblo.
(1) “Casí como niños recién
nacidos…”, frase relacionada con el renacer por la fe del bautizado en fecha de resurrección.
¡Hermoso! era como estar ahí, en un rinconcito, escuchando la historia mientras comía dulce de leche con el dedo.
ResponderEliminarTe dejo acá un abrazo enorme.
Andrea