domingo, 18 de septiembre de 2016

LA PANCHA Y LA LIBERTAD DE MERCADO



 Los relatos fantásticos que componen esta colección se sitúan en los Valles de Tafí, Tucumán, corazón de la Patria  Argentina. La autora de estos relatos tiene la suerte de vivir en El Mollar. Desde la Casa del Quetupí,  se atreve a contar lo que sueña a veces en uno de los lugares más bellos del planeta. Ni falta hace que se diga que cualquier parecido con hechos y personas, es mera coincidencia.Por las dudas: todo es ficticio y cualquier parecido con la realidad es producto de las elucubraciones del lector, ya que la autora considera que todo lo que vivimos es casualidad pura. 


                 Era viernes, día en que suelen caer visitas.
               Juan llegó en el colectivo de la mañana, casi de madrugada, en medio de una lluvia que amenazaba con no parar.
              Se imponía ir a buscar tortillitas o bollo caliente para iniciar el día como Dios manda, razón por la cual ha creado las tortillas, los bollos, el mate, los panaderos y sus panaderías. 
Como la de Don Modo, siempre abierta y siempre bien surtida.
              A pesar de lo temprano de la hora, ya estaba allí la Pancha, mujer flaca y amarga, siempre llena de extravagantes ideas que, eso sí,  pone en práctica porque no le gusta pensar al cuete. Se estaba llevando un bollo común, otro con chicharrones y medio kilo de yerba suelta. Hay panaderías que tienen todo lo que un ser humano necesita para vivir.
 -        -  ¿Cuánto es Don Modo? - preguntó la Pancha.
-         - Ciento dos, Doña Pancha. Cien, si no tiene los dos pesos.
-          -Eso es contando  los líquidos, no?
-          - Claro. Trece cada bollo, veintiséis la yerba y…
-          - Ya, ya. Tome, justo. Tengan todos buenos días.
-          - Gracias, igualmente Doña. Que sea con felicidad.
-          - Amén..- y se fue la Pancha con sus bollos, su yerba y sus misterios.
                Estaba el panadero cargando nuestras provisiones cuando Juan me pregunta qué fue eso de ‘los líquidos’ que ha pagado la Pancha, si no llevaba más que lo que vimos: dos bollos y un paquete de yerba.
                Don Modo le preguntó si era de la ciudad y si allá no hay libertad de mercado. Juan, sorprendido,  dijo que creía que sí. Y el panadero, con el vuelto, también le devolvió otra pregunta: “¿Es que no le han explicao como funciona eso a usté?”
-          - Ya le explicaré yo más tarde, Don Modo, no se moleste. En la ciudad parece que no pasan ciertas cosas.
-          - Mejor. Pero igual explíquele, la ignorancia no es cosa buena.
-          - Eso digo yo todos los días, Don Modo. Hasta más ver.
-          - Sea Doñita…

            Después de recuperar las energías gastadas en los sueños de la noche, me atuve a la promesa hecha, ya que romper la palabra con alguien dedicado a modelar el cuerpo de Nuestro Señor cada día podría  llevarme directo al infierno.
        -Lo que vos has visto que paga Doña Pancha, es por una parte de la lluvia que cae.
       -¿Qué? ¿Cómueseso?
       - Es comues. Ya te lo explico: parece que ella tiene fe ciega en la libertad de mercado y como es mujer que no puede parar de inventarse historias, se le puso en la cabeza que la libertad de mercado existe para ejercerla y que cada cual la ejerce como más gusta.
      - Uh… Pero está…
      - Sí, eso dicen todos en el pueblo.  Y como anduvo unos cuantos días recorriendo las despensas de la zona pretendiendo pagar la mitad de lo que le pedían por los víveres, sin conseguir otra cosa que endeudarse, se emperró en usar su libertad de mercado a como diera lugar. Entonces apareció un día poniendo precio a las cosas sin precio para poder pagarlas a gusto.
       - ¿Ycomueseso?
          - Un día paga por tres horas de sol, otro día por la lluvia que cae, por un rayo que se escuchó lejos, o se anticipa y se compra todos los truenos que han de oírse. Pagó casi doscientos pesos por un montón de nubes y después se recorrió toda la orilla del lago pretendiendo cobrarle alquiler por ellas a los turistas y los pescadores que se beneficiaban de a ratos con la tapadera de sol que, ya se sabe, a estas alturas,  te derrumba.
         -Faaa…  Csi no me lo puedo creer… ¿Y consiguió cobrar algo?
         - Casi. Uno que estaba medio machadito, por poco la faja. Los demás, la tomaban a risa. Ya viste que la Pancha no tiene aspecto feroz. Con esa largura flaca y esos ojos desorbitados, ¿quién va a tomarla en serio?  Pero pagarle, eso ya es otra cosa. Nadie le pagó nada. Ya se sabe cómo es el turista de estas épocas. No largan un centavo si no es por algo muy necesario...
       -Sí… Somos muy gasoleros.
        - Ejem… no te ofendas, chango, si uno lo entiende. La plata no alcanza para nada en estos días… El caso es que a la Pancha nadie le dio un peso por las nubes. Salvo una señora que creyó estar frente a una enferma mental que mendigaba. Le dio dos pesos viejos que tenía en el bolsillo y después fue a asentarlo en el Libro de quejas de la Comuna. ¿Podés creer?
       -Pst, si hay cada uno más de cuatro…
       - Pero el problema de esos dos pesos, es que fueron suficientes para que la Pancha estuviera varios días explicando en todas partes que tenía pruebas fehacientes de la existencia de la libertad de mercado. Su argumento era que cuando compró las nubes había un sol que rajaba las piedras, por lo que pagó un alto precio por un producto de escasa oferta. Luego, llegaron los turistas y subió la demanda. Pero que,  cuando las quiso vender o alquilar en el lago, había abundancia de oferta de nubes, por lo que se depreciaron y apenas obtuvo el uno por ciento de lo que había pagado por ellas… ¿Entendiste?
       - Creo que sí. Pero… está loca, no?
       - Quien sabe…  Hay economistas que sostienen las mismas teorías y los ponen a manejar el país. Y no veo que los  traten de locos.
      - Es cierto.
      - En ese sentido, la Pancha es persona muy digna. No hace más que practicar lo que predica y ojalá todos los que se dicen creyentes fueran tan consecuentes como ella.
     - Sí, es verdad… Falta coherencia en este mundo.
     - Ni que lo digas. El caso es que, volviendo a Doña Pancha,  se la pasa comprando cosas cuya oferta es mayor que la demanda. Y como ha llovido tanto este verano y la gente ya está harta de ver caer agua,   ahora compra lluvia porque supone que la abundancia debiera volverla más barata. La idea, dice, es guardarla hasta el invierno y venderla cara cuando llegue la sequía.
   - Pero si acaban de cobrarle como cincuenta pesos por… ¿cuánta lluvia? ¡Si no llevaba nada! Ni un balde, ni un sachet…¿Cómo se entiende? Es una estafa…
   -  Nadie entiende como mide ella lo que compra. Tal vez haya pagado eso por media hora de lluvia. O por un balde lleno que está en el techo y que pasará a buscar mañana. Nunca se sabe. Pero si no le cobran por lo que ella “compra”, amenaza con denunciarlos por agio, especulación, estraperlo, acaparamiento del producto. Y lo peor es que lo ha hecho.
   - ¿Ante quién?
   - Creo que llamó a la Defensoría del Consumidor para denunciar a uno que se negó a venderle siete litros de aire. Cuando el pobre hombre se defendió diciendo que su rubro era la carne de vaca, cerdo y a veces pollo, con anexo de chacinados, ella le sacó la cuenta que dentro de la carnicería había unos treinta litros de aire acumulados y que eso era acaparar.
     -Y?
     -Le pusieron una multa al carnicero... Ahora tiene un abogado que la está recurriendo. Los comerciantes del pueblo se reunieron con el Delegado Comunal para buscar una solución a la cosa y él les trajo ese letrado para que les ayude.
     - Y sí, no es para menos…
     - El tipo necesita ganar el caso del carnicero para sentar el precedente y terminar con el asunto antes que empiece el fenómeno de la imitación. Ya se sabe que la gente ve a otro comer aca y ya quiere salir a comerla.
     - Y hablando de eso, ¿nunca se le dio por…?
     - Siiiiií! También se metió con el aca! Aunque sea de no creer…  Al chanchero fue a comprarle. Y al pollero. Un día que andaba el camión estercolero y no se aguantaba el olor en el pueblo, considerando alta la oferta, supuso que la conseguiría barata y se largó en chancletas, como estaba, monedero en mano, a comprar aca. Exigía que se la dieran en bolsitas cerradas y pesadas. Cuando la vieron así, a los gritos en la plaza, algunos prefirieron cerrar las puertas de sus negocios una hora antes. Por las dudas. Porque a ella nada la detiene. Cuando el camión se fue, dejándola rabiosa y sin aca, se paraba frente a los negocios cerrados y les gritaba ‘Especuladores! Agiotistas! Apátridas! Atentar contra la libertad de mercado es atentar contra la patria!’. Y cosas por el estilo.

      - Ah, pero está reloca…
     - No sé qué decirte… Depende del criterio que uses para medir la locura. Es tan raro lo que hace… Y sin embargo hay una gran cantidad de economistas que creen en eso como en que piensan y luego existen... Lo que sí, hablando de locura, puedo decirte que no masca vidrio.
     - Ja, ja…
     - No, en serio.
     - En serio, ¿qué?
     - Que no masca vidrio.
     - Nadie masca vidrio! Es una forma de decir que alguien no es tonto, nomás. Loco, pero no tonto...

      - Ya lo sé, yo tampoco masco vidrio. Pero en el caso de ella, fue a las dos ferreterías del pueblo a comprar vidrio para mascar.
     - Ah…
     - Y por suerte no le vendieron.
     - Y no.
     - No creas que con ella es tan sencillo como eso. En una le dijeron que había faltante en el mercado y zafaron. En la otra le pidieron un precio exorbitante, basados en la escasa oferta de vidrio para mascar, lo  que ella misma les había comunicado al entrar. Estuvieron rápidos, que no?
    -  Ajá. Y entonces?
    - Para no soportar una de sus rabietas habituales, le ofrecieron una bolsa llena de bolitas, bolillas,  canicas chinas.... Esas,  con las que juegan los chicos en la tierra…
   - Sí, sí, entendí.
   - Parece que cada bolsita traía cien bolitas. Y en la ferretería quedaban unas diez bolsas, todas las que tenían en existencia. Se las compró todas. ¡Todas! Y una semana después se fue a venderlas a la puerta de la escuela.
  -  Mirá…
  - Sí. Ahora anda diciendo que les sacó el cien por ciento de ganancia. Según dice, porque al tener el monopolio de las bolitas, pudo regular el precio a su antojo. Todo el stock de la localidad tenía en ese momento. Estuvo refeliz por unos días. Al menos los comerciantes descansaron. Con semejante éxito, se dedicó a organizar conferencias en la plaza para los vecinos. Pasó tres noches explicando cómo funciona el mercado y qué hacer para ponerlo a favor de uno. Después empezó a llover y se le complicó un poco…  
        - ¡Qué bárbaro! ¿Quién iba a pensar que esa mujer…, no?
      - ¿Viste? Yo tampoco lo podía creer.
      -  ¿Le cambio la yerba al mate?
      - Y dale… No haya nada mejor que hacer…

       El silencio se enseñoreó de la habitación generando una oferta tan alta que no hubiera sido extraño ver llegar a la Pancha corriendo, billetes en mano, exigiendo que se lo vendiéramos al precio más bajo de plaza. Para evitarme un disgusto, lo destrocé:
       - ¿En qué pensás Juan?
       - Naaa… Qué se yo… En las cosas que ocurren en los valles.
       - Cierto, que no?


© 2016 Adriana Gaido-©Fotos: Rufino Mario Lucero - © 2016 Ediciones de la Casa del Quetupí, El Mollar, Tucumán, Argentina.

ISBN 978-987-42-1534-5

2 comentarios:

  1. Cuánto cuesta esa nube en la montaña?....

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  2. No sé, no me dedico a la compraventa, soy jubilada. Y tampoco creo en lalibertad de mercado.
    Pero hay toooodooo un barrio cajetilla que se llama"Entre las nubes" o algo así. Habría que averiguar el precio del metro cuadrado por allí. Abrazo!

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