
Este era un campeonato de viejas mentirosas.
En realidad, era un torneo de tipos que le cuelgan a sus abuelas los cuentos con los que pretenden llamar la atención.
Esta vez fue sobre escuerzos.
Cuenta
Un fulano medio viejo, que por alguna razón acompañaba las cuadrillas, y que por alguna otra causa no era muy querido por las "alverjeras", ese día faltó. Era el tipo que acarreaba canastos, los amontonaba, vacíos, llevaba los llenos a la balanza, les tocaba el culo o se rascaba la entrepierna de manera suficientemente asquerosa, como para ganarse entre ellas, el mote sentimental de “baboso”.
Según
Así nomás lo dijo.
Al rato nomás, era el comentario en toda la "alverjería": “Carraspera” tenía un escuerzo prendido de las bolas. Es ocurre por cagar en campo abierto.
Así pasaron varios días, mientras el “Carraspera”, nadie lo sabía, estaba internado en el Hospital de San Pedro, operado de los testículos sin saber cómo ni por qué. Había sido que se fue a un baile y se emborrachó brutamente y se puso a hediondiar a las mujeres y a los hombres porquéno, y se lo llevó la policía. Como suele ocurrir, lo molieron a patadas, entre las que no menguaron las directas a los cojones. Dos días después, no lo podían tener de la fiebre y se lo cargaron hasta la sala de presos del hospital. Allí va que le descubren no se sabe qué porquería y lo tienen que operar pa’ que no se muera de cáncer de cojones o de cojón podrido, vaya a saber.
Y allá en sus pagos, todos esperando que llueva para verlo volver.
Entonces llega la aclaración del Gringo y el contracuento al resto (es de lo más audaz para todo este tío):
-Y más vale... - dice-, ¿es que no saben ustedes que los escuerzos que se prenden de una persona y le chupan los jugos esenciales, sólo se desprenden cuando escuchan los truenos de tormenta?
Nadie allí en la mesa lo sabía.
Entonces se agrandó y ya sacó a relucir su abuela que ya estaba en la gloria del Señor desde hacía años. Resultó que la abuela del Gringo contaba de don Freitas, un catalán que se andaba con una mano vendada muy burdamente, porque decía tener un escuerzo prendido del dedo gordo, que se le había colgado mientras pescaba anguillas con su dedote. Y claro que no quería impresionar a las hijas chicas y las vecinas y por eso se lo vendaba y de alguna manera se la arreglaba para que se viera un latir en la venda que él señalaba como la panza del bicho. Así se iba al boliche a comprar sus cosas y pedía que le anotaran, porque no podía echar mano al bolsillo... hasta la próxima tormenta, quién sabe...
Y en eso se escuchó un trueno y todos pensamos en los escuerzos cayendo lentamente, sonrientes, con sus bocazas libres de la nefasta ambición que los encarceló a un cuerpo desconocido.
Y el Gringo agregó que de todos modos truena al pedo, porque ya no se ven escuerzos como antes en las tierras que habitamos.
Ni uno siquiera en los últimos veinte años, a no ser esos que tienen forma humana y corazón de escuerzo.
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