lunes, 26 de octubre de 2009

Menos mal que ahora no llueve....


A la madrugada comenzó a llover. Y la lluvia siempre trae problemas.

Cuando me levanté, estaba todo inundado. Flotaba la plancha. Flotaban las sillas. Se ahogaba el televisor. Gorjeaban los relojes sus últimos suspiros. Y mi suegra gritaba abrazada a la heladera que no lograba flotar: “Catástrofe, catástrofe”, tal como había aprendido a hacer en los cursos de Inutilísima satelital.

Vino entonces el Inspector de Aguas Públicas y quiso cobrarme una multa por uso indebido de ese imprescindible recurso natural. Intento vano, no estaba dispuesto a recibir presiones extras.

Llegó después, el Asistente Social del Área Inundaciones, de la Subsecretaría de Emergencias Naturales, de la Dirección de Catástrofes. Supo condolerse muy bien de mis desgracias. Me preguntó mi origen, hasta qué grado cursé, cuantos hijos nacidos vivos, qué hacía en los ratos libres, qué opinaba de Castrilli y cuando terminó de anotar, me pidió que firmara, me dijo que no me preocupara y que desgraciadamente los datos aportados ratificaban la justeza de las estadísticas.

Apareció después el Inspector General conjuntamente con el Procurador General de la Gestión Pública, pidiéndome la mayor confidencialidad, así que debimos pasar del techo de la casilla al árbol vecino, previo asesinato de una amenazante yarará y dos ratones colorados muy hambrientos. Quería saber cuánto había pagado de multa. No pude decirle que me había negado, porque en eso llegó el Jefe de Asistencia al Inundado Crónico, para dar certeza de su incondicional apoyo en estos casos, y también preguntando cómo nos había tratado la Asistente Social de la otra Área que el consideraba superpuesta a la suya, con todos los gastos y trastornos que eso significa.

Más tarde vino el Coordinador General de Programas de Emergencia y quiso saber cómo habían atendido mi caso ambas áreas, aclarándome que finalmente y gracias a gente como yo, funcionaban en conjunto y coordinadamente.

Por último, aparecieron los medios de comunicación, insistiendo en que hiciera la denuncia contra el Presidente de la Nación, el Gobernador y el Intendente, que con su desidia habían provocado la caída de la lluvia y encima no eran siquiera capaces de pararla. Y algo de cierto había, ya que no paraba de llover.

Finalmente, cuando todos se fueron, apareció mi vecino con un balde, empapado como yo e igualmente harto de recibir visitas.

Y juntos comenzamos a sacarnos el agua de encima.

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