viernes, 5 de junio de 2015

Otro golpe mortal a la literatura



Ayer escuché la triste noticia: se están levantando la cabina telefónicas en todo el mundo por  "innecesarias e inútiles" frente al avance de la telefonía móvil.
 Otro agujero en el cuerpo de la literatura universal.
¿Se imaginan una de espías sin cabinas telefónicas a mano? A mí me cuesta. ¿Qué suspenso puede originar un mensajito de texto?¿Cómo puede matar un celular? Ni hablar de una tablet.
¿Recuerdan cuando el tipo entraba en una cabina y cerraba la puerta?
 El director podía hacerte entrar con él y regalarte el privilegio de saber todo lo que los demás personajes ignoraban, salvo el lejano e invisible interlocutor del tipo. Y si el director te dejaba afuera, y sólo veías al tipo a través del vidrio gesticulando, intuías que un nuevo y peligroso secreto estaba dando vueltas, un secreto tan secreto que ni vos, que lo sabías todo, podías conocer hasta el final de la peli.
Ahora ¿qué intriga puede generar que a un protagonista le chicharree el celular y no nos muestre el mensaje que le llega? ¿O que el tipo se coloque en la oreja el móvil y hable y nos deje fuera de su conversación? Eso es algo que ocurre todo el tiempo en nuetras vidas y nunca podrá tener el dramatismo de la cabina transparente, pero insonorizada. En medio del ajetreo,  sola y privada. Una balsa para el náufrago de las grandes urbes.
¡Y las preguntas que nos hacíamos antes de entrar a la cabina! Pura literatura. ¿Funcionará el teléfono? ¿Y si me quedo encerrado adentro?¿Tendrá mucho olor a pis? ¿Habrá guía? ¿Tragará las monedas? ¿Será con  fichas? Cuántos interrogantes a resolver, cuántos misterios  imprescindibles para una vida digna, que se han diluido para siempre en las aguas mansas y arrolladoras del progreso.


"Mujeres al borde de un ataque de nervios" no sería lo mismo sin cabina teléfonica.
Ni hablar de Hitchcock.
¿En qué otro lugar podría ser más aterrador un ataque de pájaros enloquecidos? Protegido y desprotegido por esas paredes de vidrio, con la misma vulnerabilidad que supieron tener las mantas de la cama en la infancia frente a los terrores nocturnos. Cosas que no puede darte un blackberry o una tablet, por compleja que sea.
Otra cosa que podía ocurrir en una cabina de novela, era  que un gas venenoso la llenara  y la puerta quedara trabada por un mecanismo automático. ¿Quién no recuerda  la desgracia ocurrida a José Luís López Vázquez, en la película española llamada justamente "La Cabina", de 1972, con guión de Garci y Mercero (que la dirigió)? Un tipo se quedaba encerrado dentro de la cabina y ni él ni nadie lograba abrirla. La imagen final era la de un infierno urbano muy temido por cualquiera. Se supo decir que era un símbolo de la asfixia vivida por el pueblo español durante el franquismo. Y puede ser. Nada como una cabina para motrarte los mejor y lo peor de este mundo. Cuántos claustrofóbicos se levantaban  de la butaca y se iban a buscar un poco de aire. Y los que nos quedábamos, había que ver ¡qué derroche de empatía con el uno y los otros!  Encontrame una situación parecida de solidaridad social creada por un celular en el cine o la literatura, que son como la vida  misma.

Y ¿qué decir del Inspector Clouseau levantado en vilo con cabina y todo por una grúa que lo paseaba por todo Paris,  mientras él seguía hablando por teléfono como si el cable nunca hubiera importado?. ¿Y las desapariciones de Maxwell Smart dentro de ellas, puertas invisibles a la vista de todos, en plena Guerra Fría, hacia una serie de túneles y oficinas subterráneas donde nuestro destino como especie era una pura comedia de enredos?
¿Cómo reemplazar esos momentos de absurda realidad generadora de sonrisas cómplices y  esperanzas en el futuro, uando como elemento narrativo un smartphone todopoderoso y omnipresente?
 ¿Podía haber algo más literario que un argentino en Barcelona colocando una moneda de veinticinco pesetas agujereada y colgada de una tanza, una vez y otra vez en la ranura del teléfono, para enterarse cómo andaban las cosas por las pampas lejanas?
Qué gran pérdida hemos sufrido, imperceptiblemente.

En algunos casos, no demasiados, las reconvirtieron:  en peceras, recargadores de autos eléctricos,  baterías de celulares o casillas de información. http://www.xatakamovil.com/movil-y-sociedad/seis-usos-que-se-le-estan-dando-a-las-cabinas-telefonicas-por-todo-el-mundo.
En España tuvieron que obtener un Real Decreto de Su Majestad para mantenerlas incólumes ( por qué las cabinas de teléfono se resisten a desaparecer)
En Buenos Aires, a mayo del año pasado quedaba un teléfono público cada veintiocho cuadras. Y según datos de las telefónicas, ya nadie los usa.
(Ver en Clarín http://www.clarin.com/ciudades/Solo-queda-telefono-publico-cuadras_0_1135686554.html , se supone que en algunas cosas no debe mentir).
Convengamos que nosotros no tenemos una literatura muy apegada a las cabinas o a los teléfonos públicos. Será porque tardaron más en llegar que en irse. O porque han servido a la resistencia política, a la comunicación clandestina, al aviso y la cita, y no es cuestión de andar avivando giles. Tener monedas en el bolsillo y saberse la ubicación de las cabinas podía hacer la diferencia.

 Pocos bastiones quedan para la nostalgia y el misterio en este mundo.
Como no podía ser de otro modo, en la República Checa se niegan a dejarlas ir: las-cabinas-telefonicas-se-niegan-a-desaparecer.
Y en Manhattan  las once mil cabinas que aún quedaban a fines del año pasado (cuando finalizó el contrato con la empresa que las tenía licitadas), tuvieron su digna despedida en 2013: convertida en "máquinas
 del tiempo", con una llamada a un número gratuito, oías al otro lado de la línea,  el testimonio de un neoyorquino sobre la vida de ese mismo barrio, esa misma esquina, en 1993. De la novela policial, a la historieta de ciencia ficción para dejar la literatura huérfana de señales públicas para siempre. Todo un gesto. http://www.experiensense.com/que-hacemos-con-las-cabinas-telefonicas/

Hasta se pueden encontrar en internet preguntas como estas: ¿cómo hacer que una cabina telefónica te devuelva el dinero no gastado? que reciben respuestas muy serias y otras que nos devuelven a un pasado en el que había que caminar varias cuadras y tener monedas para escuchar una voz salvadora del otro lado.

Para consuelo de tontos, me dicen algunos íntimos que no debo preocuparme. Que la literatura siempre se las ha arreglado. Que ya no quedan tampoco molinos de viento de grandes aspas de caña y sin embargo. Que las épocas de viajar en bala de cañón también pasaron y sin embargo. Puede ser. Ya existe narrativa que pivota sobre celulares y computadoras, quién no lo sabe. Y nada se detiene porque deaparezcan un par de cosas, de especies, de personas. Si lo sabremos.
Pero aunque parezca tomado del gran libro de don Perogrullo, nunca nada es igual sin lo que falta, sin los que faltan.   
  



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